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dilluns, de setembre 25, 2006

20 de junio de 2006


Sirenas de río

Ahora que están de boda las nacionalidades yo olvido mi número de carnet de identidad. Lo aprendí con 8 años y nunca lo olvidé hasta la fecha. Intentando reconstruirlo configuré cientos de posibilidades en las que se entremezclaban mi número de móvil, el del código de la fotocopiadora del colegio y el teléfono de la casa de mis padres. Me aterrorizó la idea de perder mi identidad de una manera tan absurda y lloré mi elección de la opción de letras en el instituto.
Como no es la primera vez que pierdo la identidad, la fui a rebuscar en los periódicos, donde a menudo suelo encontrarla. Ahora los leo con recelo y no me fijo en las manchas de chorizo de los anteriores usuarios. Ahora lo que me suele preocupar es la búsqueda de identidades.
El caso es que leyendo y mojando de café mis ideas aterricé en una noticia en la que se comentaba la proeza de un chavalín indio de 4 años que había sido vendido por 14 euros. Había participado en una prueba de ultrafondo que se finiquitaba en el kilómetro 65. El chaval se convirtió en una leyenda nacional y ahora corre, por encargo, maratones de las infancias perdidas. Dará trabajo a psicólogos de todo el mundo y beberá chupitos de gloria, hasta que le quitemos el vaso. Casi todos nos morimos de ganas, siete veces por semana, de salir corriendo en determinadas situaciones. Algunos nunca lo consiguen y a otros sólo les hace falta haber soplado cuatro velas para conseguirlo.
Y es exactamente lo que me pasó a mi, el día que perdí la identidad: me dieron ganas de salir corriendo, de perder la virginidad emocional, de calzarme un 45 de libertad. Como ya no estoy para estos trotes me fui a tomarme una caña, a leer el periódico y a hincarle el diente al morro frito de la Cafetería España. Cada uno recorre los 65 kilómetros de gloria a su manera.
El otro día, en el concierto de Sabina, sonaba La del Pirata cojo. Oteé, en el horizonte, mares de tibias, de corsarios contra las desdichas. Volví a recobrar mi identidad allí mismo. Acabé recordando, milagrosamente, el número del carnet, el de la fotocopiadora, el de la casa de mis padres y determiné soñar, para siempre, con naufragios sin prisas, con mapas del tesoro de la vida y con sirenas de río, de esas que te invitan a una copa si vas borracho de calderilla.