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divendres, de febrer 19, 2010

19 de febrero de 2010

Descatalogando infancias

Me gustan las reconciliaciones,porque nunca las dejo para pasado mañana. Y entiendo que leer y ver, y nunca en este orden, es un proceso de reconciliación con uno mismo mucho más intenso que el olor del salitre a la verita del mar. Por eso homenajeo lo que pasó hace unas semanas, porque me permite hacer las paces con mi infancia.
El hecho es que el otro día la Guardia Civil descatalogó un triciclo llevándolo, por extensión, a la extinción. Porque descatalogar es vaciar de entidad social y económica a un producto y éso, señores, es matar en vida.
La cuestión era que un hombre adulto iba en un triciclo, cuesta abajo (porque es lo que tienen los triciclos)y por la noche (y sin luces, que es lo que siguen teniendo estas máquinas)El hombre se había subido a él, supongo que por nostalgia del pasado (aunque no sé si existe el concepto nostalgia del futuro) Y vio una cuesta, y acabaron denunciándolo no por este hecho sino porque el triciclo no estaba catalogado como vehículo.
Yo creo que lo acusaron porque la infancia no se puede catalogar y además siempre es cuesta abajo, sin frenos ni luces. Así que en el fondo aquello desclasificado no era el triciclo, sino la niñez; y que te detengan por éso, sólo puede pasar en Andalucía.
Además le acusaron de poner su vida en peligro además de la de los demás(él no lo sabía en ese momento y, cuando era un chaval, menos todavía). Supongo que le pasó porque ver a una persona de más de cincuenta años sobre un vehículo semejante, mata de nostalgia.
Adujeron que conducía temerariamente y supongo que es difícil concebir un triciclo como una máquina segura y fiable. Y como a veces nos compramos el traje que nos ponemos por las mañanas en las rebajas, no entendemos que no se puede detener a un tipo por ser feliz, en medio de la noche.
Yo siempre pensé que la persona en cuestión quería suicidarse, y que la mejor forma de hacerlo era volviendo al momento en el que nació. Entiendo que el hombre le debía dos besos al futuro. El primero de ellos lo apuntó a la cuenta del deseo y al segundo seguro que se acostumbró. Y en esas estaba cuando decidió subirse a la máquina infernal y descatalogada para descender al infierno, que es donde los besos se encuentran con los labios perdidos. Y la ley, que no entiende de infancias perdidas, no supo qué contestar al intercambio de saliva. Y el hombre siguió pensándose la niñez perdida.
Me pareció bonito ser detenido subido a lomos de un triciclo, pero que descatalogaran la infancia de ese señor fue como borrar la mía de golpe, aunque no recuerde haber subido nunca a un triciclo.