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dimarts, de juliol 26, 2016

Harley y Pablo

Hoy he salido con la moto a viajar cerca, muy cerca ¡tenía tantas ganas de olvidarme un rato de mí! Buscaba a un antiguo alumno que decidió ordenarse cura y que me habían dicho que había amerizado en algún lugar de la tierra.... en un pueblecito por el Racó d'Ademús. 
Para ir a los sitios sólo se necesita una gran dosis de determinación y algo de dinero. Por eso he pasado el día encima de la moto, viajándome y viajándolo: buscándolo entre Casas Bajas y Altas, entre Torres Altas y Bajas... Y en ese trayecto esnifaba la resina de los pinos y me comía los baches y las ganas de beberme una cerveza mientras apretaba el sol. 
Al tercer pueblo y medio lo he encontrado... (Creo que en Torres Bajas Altas) en una tierna capilla, rodeada de chiquillos con bicicletas  y de tiempos estáticos. En medio de una calle por donde trepaba una vid, nominal, tranquila. La Parra agarraba el edificio como queriendo abrazarlo para siempre, como rescatándolo de su estado de hormigón. Estaba tan emocionado en la puerta de la capilla, intentando escuchar algo detrás de la puerta, que un chico me preguntó: ¿busca usted a alguien? Y le he dicho, "lo he encontrado ahora". Y lo he reconocido porque, ahora que él está enseñando, su voz suena exactamente igual que cuando preguntaba las cosas mientras estaba aprendiendo. 
Mientras se celebraba la misa, había niños con bicicletas y monopatines siderales que rasuraban la barba de las calles y la paciencia de sus padres. 
Alguno me preguntaba de dónde había venido (la educación de este país es así de lamentable: nuestros chiquillos no se interesan por el futuro, por lo imposible, por lo geriátrico de la infancia) no me preguntaban a dónde iba (que es más interesante, sin duda)
Y mientras se acababa la misa, calle arriba para arriba, calle arriba para abajo, yo me he sentado a escuchar por las puertas que "para pasar una buena noche no había que dejar entrar las moscas en casa por la mañana". 
Acababa de llegar en moto allí y aquellos extraterrestres llevaban más de dos vidas y media "procesionándose"... 
Mientras custodiaba la calle, acabé al final del camino. La chopera preñaba de verde el borde del río. Como llevaba botas me paré a escuchar las hojas: y se desquició el sol, y reventó la umbría y despertó a varias docenas de gorriones descalzos; y yo que pensaba que iba a escuchar el silencio acabé oliendo el pico y la cola, el tropezar sobre las ramas, el canto y lo diminuto dentro de lo grande de los gorriones pequeños. 
Al acabar la procesión, Pablo y yo nos hemos abrazado. 
Era la hora del bingo sin cartón.  La plaza del pueblo era tan grande que desapareció como cuando alguien que conoces no te saluda por la calle. Empezaron a montar la barra y había gente que memorizó la matrícula de mi vida. 
A Pablo sólo le he dicho que había salido de casa con la intención de verle: pero la verdad es que fui a darle las gracias por escucharme tanto, aún a sabiendas de que no soy capaz de decir más de dos cosas interesantes en una hora. ¡Había estado tantos años escuchando lo pervertido que era el Complemento Predicativo!
Eran tan pocas las personas que había allí, al abrigo del chaval, siguiéndolo en todo lo que hacía y decía, que me pareció que había sido una buena idea que aquel chaval se dedicara a ayudar a los demás, profesión que ejercía desde que lo conocí. 
Casi no recuerdo las bicicletas de los chiquillos, ni si el pueblo era "de arriba" o de "abajo" 
Por eso he abrazado a Pablo, a dos ruedas, sin brazos...