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diumenge, d’abril 20, 2008

18 de abril de 2008

Viaje con nosotros si quiere gozar
Cuando la Orquesta Mondragón nació al abrigo de la película Freaks se impuso en el mundo de la música un rotundo toque de sensatez que me dilapidó el alma. El enano, la inmensa mujer, el dispensador de risas, el volumétrico cantante nos invitaban a viajar.
Con menos años que besos rechazados clarifiqué mi proyecto de vida, desdentando premolares y creciendo,...creciendo rápido subido en autobuses, coches, barcos y aviones por ese orden.
Acompañado a veces y solo otras, no se me ocurre otra manera más sensata de crecer que viajar, aunque los anuncios de yogures con bífidus (¿activos?) me intenten convencer de todo lo contrario.
Y cuando es solo, el viaje siempre se convierte en iniciático: ajusticia falsos prejuicios en juicios justos que te permiten permutarte por los pobladores paseados (¡joder, qué difícil es intentar crear una aliteración mínimamente decente!)
Lástima no considerar, a menudo, que el trayecto en sí mismo, es parte indispensable del propio acto de viajar. Desplazarse es descoser aquello que pretendíamos dejar atado por pura inseguridad en uno mismo. Por eso me angustian los viajes de las agencias: no dejan la puerta abierta al placer del momento incontrolado.
Creo que me hice filólogo para poder viajar al mismo tiempo que trabajaba, mientras las obligaciones propias de la edad no te dejan realizarlo de manera física; que es como me gusta hacer la mayoría de las cosas. Huir hacia otros lugares con el único propósito de disfrutar del trayecto.
Lo vi claro hace unas semanas en el aeropuerto de Chicago, mientras un hombre empujaba una sillita de ruedas en la que viajaba una anciana. Ella creía estar realizando otro viaje, un desplazamiento que se encontraba dentro del propio trayecto, montado por una empresa que se dedica a planear hasta los inconvenientes. Observaba los letreros desde su privilegiada posición y, asombrada, me preguntó si me resultaba sensato que los techos fueran tan altos. Le dije que los aeropuertos son los hogares de los viajeros del tiempo y que ellos necesitaban que las estrellas estuvieran dentro del aeropuerto,...de ahí la altura desde el suelo hasta arriba del todo.
Y justo en ese momento me acordé de la puesta en escena de La Mondragón: cuando finalizaba el concierto uno creía que el escenario iba a desaparecer entre escombros, al arrullo de una voz de blues de doscientos kilogramos, en una catarsis de piel y lágrimas que nos daba la oportunidad de besarnos tan fuerte como para entender el lugar en el mundo de los selladores de dos componentes.