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dimarts, de juny 18, 2013

20 de junio de 2013

Encontrando aquel bar

Encontré el bar con cierta dificultad: con nerviosismo, esperando acertar a la primera, desechando otros recuerdos, pasos y sombreros de copa... con el único objetivo de encontrar el bar; con esa dificultad que folla con la impaciencia y crece como una flor en tu boca.
Encontré el bar y me recordó a 'mi primera vez' en casi todo. No necesito saber dónde he estado antes para hacer especial el momento en el que me encuentre y con quien me encuentre.
Mi objetivo, aquel día, era encontrar el bar y lo encontré, con las mismas dificultades con las que encuentro las llaves de mi casa en el fondo del bolso.
Encontrar cosas de tu pasado es como cuando se inventó la heroína para sofocar el dolor de los mutilados en las Guerras Mundiales; buscar esas mismas cosas es como meterse la aguja en la aorta y bombear, al menos, dos veces 'el pico' dentro del cuerpo.
Sobre el bar se había cernido toda una ciudad, con edificios y plantas octavas. Incluso las construcciones acabaron desarrollando la necesidad arquitectónica de protegerse del resto de edificios, y sentirse, cada vez, más amadas. Es curioso ver cómo me resultó más fácil entretenerme en todo lo demás que no tenía nada que ver con el bar que en intentar saber dónde estaba realmente el garito.
Mientras seguía encontrando el bar iba descubriendo a esas personas que lo escribieron y a esas cosas que lo explicaron.
Hacía tiempo que no caminaba hacia ningún sitio, pero ahora este bar no me parece mal destino turístico.
Este bar era el sitio donde la gente iba a encontrarse terriblemente. Sobre todo aquel tipo que iba a entretenerse por dentro en el único espacio en el que la gente hablaba con gran intensidad, sin limitadores ni potenciómetros contra el amor.
Yo quería volver porque me gustaba estar solo. Luego entraba por la puertecita sin saludar y entendía que no existe la soledad si alguien te prepara una taza de café con cariño. A veces, allí, se escuchaba rock... otras, música 'de esa de incienso'.
Allí se empezaron a besar, en la prórroga, los militares con los labios inferiores de los altos cargos seglares.
También me interesaba encontrar el lugar porque olía a Tokio y a piso de cuarenta y pocos metros redondos que se cuadraron cuando llegaron un grupo de pintores a arreglar la fachada del edificio.
Y puede que realmente fuera esa dificultad, ese mismo nerviosismo con el que se buscan las llaves de casa en el fondo del bolso, el que nos impide sentarnos en el blanquito sombreado, fresco e inmutable. Quedarnos allí, no por cansancio, sólo sentarnos. Y mirar hacia la esquina donde está el bar, y no irse a dormir nunca antes de que florezcan tus dudas en mi huerto.