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divendres, de desembre 21, 2007

20 de diciembre de 2007

En el circo mundial
El destino suele disfrazarse de cotidianidad, se merienda tu desayuno de madrugada y te limpia las páginas en blanco que asustan hasta al más pequeño de tus enemigos. El destino te deja la puerta abierta si pierdes las llaves de casa pero la cierra haciéndose copias a diestro y siniestro (total: el siniestro no se puede concebir de ninguna otra manera)Y fue un amigo que era más de retruécanos que de repámpanos quien me dijo que tenía miedo a las páginas en blanco; supongo que porque rellenar un folio In albis es la versión más antigua que se conoce de hacerse un tatuaje en el tobillo. Me lo comentó porque a él se lo había dicho el destino, disfrazado de cotidianidad, como siempre.
Cuando me regalaron mi primer vinilo de Dire Straits y le di vueltas hasta el amanecer supe que alguien se había desnudado delante de mí, dejándome ver los surcos de la piel por donde corre el sudor de noche. Nunca más volví a vivir sin pasar por la vida atravesando Túneles de amor, ni sin sentirme como Romeo y Julieta, ni sin pensar que el dinero es para nada. Luego trabajé en una tienda de electrodomésticos y comprendí el verdadero significado de la canción: el destino, como venía diciendo.Y al pasar por el cauce del río (Turia) volví a encontrarme con él: estaba montado el Circo Mundial y me acordé de la oferta de trabajo que recibí, en su día y bajo no sé qué criterio de selección, para trabajar en él. La chica que me lo estaba ofreciendo en la Oficina de empleo (yo siempre la llamé del paro, cuestión de pesimismo) me lo dijo completamente en serio, y así me lo tomé yo. De hecho vi claramente que, de aceptar el trabajo, sería el mejor equilibrista de platos chinos del mundo. Uno, a veces, sabe que tiene cualidades para realizar ciertas habilidades pero que por cuestión de tiempo o pereza nunca las ha puesto en práctica. La mía es, sin duda, la de mantener en equilibrio una cubertería de Bohemia sujetada por unos palos de madera,...y hacerla rular.Fui a pensarme la oferta al bar de al lado (que por cierto y, cosas del destino, se llamaba Bar Luna). Con una cerveza en la mano recorrí europa moviendo platos y dándole de comer a los leones, vendiendo ilusión y boletos a las puertas del mundo de las ilusiones. Creo que no volví a la oficina a aceptar el trabajo por no desilusionarme si no me daban el trabajo de equilibrista.
Nunca me arrepentí de haber seguido empleado en la tienda de electrodomésticos, porque descubrí otro circo mucho más grande que el ofertado y en el que los leones tenían cuenta corriente. Yo, seguí intentando poner en equilibrio los platos, de Bohemia, claro está.