Total de visualitzacions de pàgina:

divendres, de gener 05, 2018

Reyes  Magos

Casi siempre hacía frío; no abrazaba a nadie por las noches y ya encontraba más razones por las que quedarse en casa que por las que salir. Él miraba con ternura porque sus ojos siempre perdonaban lo que veían. A veces hacía más calor y salía al rellano a comer pipas y a contar los pasos de los vecinos que abandonaban, como ratas, el edificio. Otras veces nadie salía del edifico y, esperaba en el descansillo, a que alguien abandonara el barco de hormigón en el que él se sentía un eterno polizón.
Cuando el invierno ‘playeaba’ sin conocimiento, a principios de marzo, su edificio y  su ciudad, dejaba de hacer el frío que hacía y los demás vecinos hacían el amor. Ya no chirriaban las puertas ni dejaba de funcionar el interfono. Además, las puertas se abrían y se cerraban con ternura, como si todo el mundo quisiera dejar dormir, en la habitación de su casa, a la mujer de sus sueños.
Sin embargo y aunque el vecino de arriba siempre quiso ser pintor (él, que no abrazaba a nadie por las noches y tenía un catálogo importante de razones por las que permanecer estático y febril) a pesar de éso, un día calculó mal el solsticio del repartidor de gas.
Contando los pasos y cómo las personas se amarraban a la barandilla, como si hubieran alquilado un atraque en pleno centro de la cuidad, dejó de meterse las pipas en la boca para escuchar cómo respiraba ella.
Y ella pretendía subir sin ser olida. Allí la detuvo porque ya se rumoreaba la primavera y porque a él le molestaban los trenes de largo recorrido. Era evidente que no se iban a decir gran cosa, pero se necesitaron tanto en tan poco espacio que se olvidaron de querer a nadie más. En el rellano no cabía ni se oía a nadie que no fueran ellos dos.
A veces, los vecinos del rellano de abajo, discutían: se decían que hasta los hoteles de paso daban más abrazos que los besos que se daban ellos todo el año. Esos vecinos de abajo, desperdiciaron sus sueños de la infancia y los pudrieron, porque los escolarizaron a plena luz del día.
Mientras tanto, él y ella seguían replanteándose en el rellano.  Muchas veces subía uno o bajaba el otro. Las más, trasquilaban lunes por la mañana y se hacían un vestido  de noche y necesidad. Se echaban tanto de menos por el día que les era difícil entender el brillo de la luna.
En el rellano, mientras agoniza la primavera, el verano vigila y percute. Él no necesita nada que no sea acostar todas las siestas de ella en el lado de la cama que se decida.
Es extraño porque todavía el verano no los había abandonado y su historia sólo se entiende en los siguientes meses de lluvia, cuando su vida pasó a ser fluvial.