Total de visualitzacions de pàgina:

divendres, de novembre 20, 2009

20 de noviembre de 2009

Te quieres, no te quieres


No nos gustamos, definitivamente. Y no lo hacemos porque nos movemos entre las flores por una primavera demasiado invernal. Y así de intransigente me encuentro porque leo en un titular de prensa que a un famoso cantante de rock (bueno, más bien de pop) le hubiera gustado ser jugador de balonmano. Y así sucesivamente. Ahora me apetece ser pescadilla y prefiero morderme la cola y no la lengua (porque la cola es el final y los finales son para disfrutarlos a duras dentelladas)

Ciertamente, sigo pensando que no nos gusta lo que vemos por las mañanas reflejado en los escaparates de ropa de saldo y que la razón de todo ello es que no encontramos nunca a nadie al que querer lo suficiente dado que nunca supimos calcularlo demasiado. Y en ese desconcertante estado de las cosas solemos tumbarnos bien erguidos, y solemos olvidar que alguna vez le dijimos a alguien que la razón por la que nos levantábamos todas las mañanas de la cama era verla sonreír.

Yo, cuando me alzo de la cama, suelo sorprenderme porque me sobreviene, sin esperarlo otra mañana. Así que hace tiempo que me conformo maravillosamente con lo que suelo ser: a veces un estudiante de botánica humana, a veces un profesor de capa y espada. Otras (las menos) un hombre perdido entre el bosque que florece entre esos dos oficios.

Efectivamente, me siento a veces como el viejo que piensa que las personas han ido solucionando todos los problemas que ha tenido en la vida. Otras veces como el viejo al que, teniendo ya las respuestas, nadie le pregunta, porque las contestaciones son muy duras y el alma muy blanda.

Taxativamente: no nos gustamos e invadimos personalidades ajenas, nos disfrazamos, en los carnavales de la vida, de prostitutas sin tacón en las suelas. El cantante de pop caracterizado de jugador de balonmano y el político de aprendiz de colchonero. Aunque lo cierto es que ambos serían perfectos profesores de dibujo técnico, porque la libertad y la ciencia se besan poco por los portales.

Sencillamente, deberíamos bajar, al fondo a la derecha, hacia las estrellas. Con los besos, mojados e inquietos de los que nos rodean, teniendo lo suficiente.

No nos gustamos, definitivamente. Y la culpa de todo es esa eterna corona funeraria de flores desgastadas que no nos deja querernos por los rincones. Yo creo que a veces, las noches cerradas se abren como oxidadas ventanas y que las personas que nos rodean son ese cielo hasta donde nos apetece ver. Mañana volveré a ser inconsecuente, pero hoy me apetece gustarme, por si acaso se le ocurre regresar al descerebrado adolescente que fui.