Total de visualitzacions de pàgina:

dimarts, de juny 10, 2014

10 de junio de 2014

El hombre analógico y binario

Entró en el bar y se sentó en una mesa individual sin servilletero, que tenía una silla y la vergüenza de estar arrimada contra la pared. En el mismo momento en el que se acomodó ya tenía la sensación de querer marcharse sin despertar ningún tipo de sospechas, aunque decidió darle un par de oportunidades al sitio porque en la tele se perpetraba un partido de fútbol y a él le daba igual tanto el resultado como el encuentro.
Era un tipo analógico y binario. Analógico porque necesitaba oler a las personas para entenderlas, tocar los libros para leerlos, mirar los ojos para amarlos, rozar su vida para compartirla rallada y no tener seguros a todo riesgo; en definitiva, era un tipo analógico porque necesitaba el contacto desordenado con los demás, como lo necesitan las uñas de la hiedra para huir del suelo, fuertes, decididas, aéreas, impregnando de verde terrible los ladrillos oscuros de la pared.
Y a pesar de eso, era un tipo binario, tremendamente binario: siempre elegía entre el sí o el no y se había hecho un listado de palabras bisílabas que utilizaba en todos los contextos posibles. Había decidido no ponerse enfermo nunca porque consideraba que cualquier estado físico que no fuera la vida o la muerte carecía de fundamento. Viajaba siempre en línea recta y jamás echaba la vista atrás, aunque se olvidara el equipaje o la sombra. Tampoco había para él ninguna cosa entre querer o no querer. En definitiva, era binario con la misma certeza y convicción con la que es posible equivocarse de parada de metro, de dirección en el cruce de la vida.
Seguía en el bar, decidido a olfatear los rincones como si fuera un cerdito trufero. Realmente olió por allí que no son las personas las que deciden sentarse en las esquinas, sino que son los rincones los que recogen las lágrimas de los generales rotos y asumen los besos inapropiados entre los amantes de lo que se odia. En los rincones mueren las paredes y las personas acaban con los labios medio partidos por las discusiones que nunca llegaron a tener la categoría de ser consideradas enteras. Son los rincones los que fingen no ser vistos y disfrazan de placer las conversaciones. Tal vez se quedó allí, arrimado a la pared, en la mesa individual y sin servilletero, por una pura cuestión binaria y analógica, aunque seguía sin hacerle caso ni al partido ni al resultado.
Y seguía allí, respirando el hedor de las personas que estaban allí, impregnándose de él. Descubriéndolos a todos ellos, por debajo de las raíces, sacándolos con el hocico, removiendo la tierra mojada y fértil para sacarlos a la luz. Violaba sus conversaciones con la mirada dura y esa sensación de no ser de ningún sitio ni de ir a ninguna parte.
Pronto las esquinas del bar se bebieron a los clientes habituales; y mientras en la televisión los tarotistas derrotaban a los futbolistas a altas horas de la madrugada, el hombre binario y analógico se pidió una cerveza y decidió ir a hablar con la chica de la mirada de colores que se había quedado varada en la barra desde hacía un buen rato.Y sin hacerle mucho caso, ni al partido ni al resultado, le pidió a la muchacha que se quedara con él casi toda la vida.