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dimarts, d’octubre 21, 2008

18 de octubre de 2008

El concepto de propiedad
Me asusta el concepto de propiedad, lo reconozco. Cuando pienso en él me vienen a la mente, por deformación profesional, las palabras de Rousseau. En su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres planteaba que el concepto de propiedad nació, no cuando alguien cercó un terreno e intentó convencer a los demás que era un espacio propio, sino cuando las demás personas que lo rodeaban lo asumieron como suyo, particular.
Ahora veo los pisos por las ciudades llenos de carteles con teléfonos y sin sueños. Y éso me produce una sensación fantasmagórica. Creo que ya no vive nadie en las ciudades porque todos quisieron construir en cinco años lo que sus padres todavía no han conseguido tener a las puertas de la jubilación.
Invirtieron en paredes y se olvidaron de no tapiar la puerta de salida de sus vidas; se olvidaron de respirar, de sacar préstamos para verse cada vez más guapos por las mañanas frente al espejo. Olvidaron, definitivamente, de dónde venían en realidad.
Eran obreros, pintores, electricistas, pontoneros, fresadores,...y les preocupaban las fábricas, el precio de la pintura de colores, los enchufes y el metal. Ahora hablan, en la hora del almuerzo, del Euribor sin saber exactamente lo que es, pero finiquitando sus cervezas por la tarde y las cenas con los amigos.
Soy y seré un cobarde del ladrillo (me viene de familia) pero me envalentono cuando se trata de hipotecarme para dormir mucho mejor por las mañanas, cuando utilizo los fondos del banco para invertir en mi propia felicidad.
A algunos los conozco desde que me salieron las muelas del juicio, a otros desde que lo finiquitaron. Y aunque parezca todo lo contrario, a todos les deseo que sus vidas fueran como antes,...aunque considero esta afirmación un defecto, ya que nadie debería de hipotetizar sobre la vida de los demás. Y lo hago porque me importan, igual que me importa la lluvia sobre los tejados, el sol escondiéndose por la noche, agazapándose despacio, esperando su hora.
Yo también sueño, pero despierto, como el poeta. Me da pena la gente que no ha podido comprar un lugar donde ser felices tal y como lo hicieron ellos en su día, porque éso no se lo merece nadie. En la guerra de la vida también hay daños colaterales; lo importante es no sentirse del bando que generó esa batalla.
Y lo peor de todo, por las ciudades hay carteles de colores, con números de teléfono pegados sobre las ventanas sucias. Y, como he dicho antes, me da mucho miedo encontrarme paseando por una urbe vacía de almas. A todos ellos les deseo lo mejor, sin duda.