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dilluns, d’octubre 28, 2019

Mirarse en los espejos...

Tranquilo, como con ganas de escribir lo que voy leyendo por la calle, tengo ganas de mirarme en los espejos de los escaparates de mi pequeña gran ciudad. Ya no hay canales televisivos, ni trayectos importantes de casa al trabajo ni del trabajo a casa: tranquilo, mientras mi padre desnuda su mirada perdida. 
Y mientras me mira con la mirada perdida yo quiero dibujarme en su espejo. Reconozco la manera de cruzar los brazos enseguida: lo hacemos igual. Las cosas iguales están de moda en el universo de la desigualdad. Estamos en la cocina porque las cosas importantes se hablan con olor a decirse las verdades. Sigo hablando con el “Churrusco” (nos hemos llamado de muchas maneras durante todo este tiempo, pero la que más me gusta es cuando nos llamábamos “ Churrusco” porque nos comíamos una caja de galletas de esa marca de galletas para cenar, después de cenar... y porque era una caja de cartón y, cuando metíamos la mano, y sonaba a hueco, hacíamos broma porque vivíamos en el Baladre y estábamos lejos Del Mar, y ese sonido se parecía a las olas chocando contra las piedras... y en verano iríamos en autobús al mar)
Hay días que hace frío y días en los que nuestra geografía nos excita, nos ejecuta y nos acompaña hacia el calor… pero hoy, aunque los telediarios digan los contrarío, hace frío.
            Los finales de las parejas de ciudad acaban en pisos con ascensor y olor a naftalina en el alma. Descuidan sus armarios, necesitan que haya contenedores de basura debajo de su casa y supermercados debajo y medio de ella. Los finales de película de parejas de ciudad tienden la ropa con pinzas heredadas de otras casas, de otras vidas. Casi nadie pone tierra de por medio en renovar las pinzas de colgar la ropa cuando cambia de casa, pero tienen muy claro que deben cambiar los muebles, pintar las paredes y comprar un televisor muy grande… mucho más grande.
Cuando tu padre tiene una enfermedad mental siempre va por casa vestido a trozos: con la parte de arriba de un chándal del mercadillo, con unas zapatillas atemporales y un pantalón y una gorra y un abrazo que lo acompañe por la calle por si no se acuerda de llegar a casa o no se acuerda de nosotros. 
Cuando tu padre tiene una enfermedad mental siempre va paseando por la vida a trozos: su cabeza piensa como si estuviera comprando un chándal en el mercadillo, necesita más tiempo para calzarse las zapatillas que para andar por el mundo con ellas… y un pantalón y una gorra y un abrazo que lo acompañe por la calle por si no se acuerda de llegar a casa o no se acuerda de nosotros.

“m'agrada molt el pimentó torrat,
mes no massa torrat, que el desgracia,
sinó amb aquella carn mollar que té
en llevar-li la crosta socarrada.
l'expose dins el plat en tongades incitants,
l'enrame d'oli cru amb un pessic de sal
i suque molt de pa,
com fan els pobres,
en l'oli, que té sal i ha pres una sabor del pimentó torrat.”