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dilluns, de setembre 25, 2006

20 de julio de 2006


Puccini y cocaína

Hablando con Salvatore, rodeados de tercios y con el Chicama a puerta cerrada, le comentaba que meterse en el universo de la ópera era como introducirse en el mundo de las drogas. Y no lo dije porque tuviera nociones de ópera, pero a veces tenemos las certezas que nos faltan cuando no poseemos la razón, y otras veces la propia certeza se saca un pasaporte al país de las mentiras y se casa con el padre de las verdades. A mí me dio por recordar la frase, al volver a casa, porque las vueltas a casa después de las charlas a puerta cerrada se hospedan en el estómago como las ensaladas en verano. Y fue en ese recorrido hacia casa dónde comencé a creerme las teorías sobre el mundo de las drogas y el de la ópera, y a darme cuenta de que, en realidad, ambos mundos tienen sentido porque el tiempo los acuna suavemente.
Y de camino a casa, fotografío los lugares en los que jugaba, casi siempre con un balón en los pies y algún cromo en el bolsillo. No es nostalgia, sólo que empecé a hacerme mayor en ésto un poco antes que los demás. Creo que por eso me aficioné a la fotografía, porque me daba la posibilidad de encarcelar recuerdos. Cuando te caías en los campos de fútbol de La Forja corrías el peligro de llegar sin piel a casa. Paco Mona y otros configuraban equipos de chavales que se jugaban las rodillas y el sueldo...jugar en El Ruedo. No sé ni si se llama Paco de verdad, ni de dónde procede lo de Mona, ni si alguien alguna vez le dio las gracias por ilusionar a tantos chavales, pero creo que se merece una hoja en la corona de laurel de nuestras infancias.
Por estas calles conocí a muchos pero ahora me acuerdo de pocos. Y vuelven a mi mente porque me los vuelvo a encontrar, otra vez, en las plazas, donde antes había barro y ahora cemento, pero en las mismas plazas. Ahora tienen hijos y los pasean por los parques donde uno y uno, con muy poca frecuencia, sumaban dos. Y paseando por donde su padre y yo jugábamos a fútbol, me encuentro con Hugo González. El chiquillo ya ha vivido algunas semanas entre no-sotros y seguro que será mejor portero que su antecesor. Nació con más pelo que su padre y un poco más guapo que su madre y pasea, lenta y plácidamente, dentro de un carrito por donde el sudor y el barro se convertían en gol.