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dilluns, de setembre 25, 2006

20 de septiembre de 2006


Vicorto, ciudad de vacaciones

Ya nada me parece más romántico que ayudar a alguien a elegir el contenido de la caja de herramientas de su casa. Y lo creo porque hubo un antes y un después de la compra de mi primer taladro percutor, y nunca más olvidaré el primer orificio que realicé en casa (de hecho le tengo cierto cariño).
Supongo que forma parte del proceso de construcción personal y también supongo (porque parece evidente que esta teoría sólo se puede aplicar a mi persona) que, equivocado o no, me parecen románticas ciertas cosas que en realidad no lo son.
El pasado fin de semana, por ejemplo, pasé unos días en el páramo albaceteño; más concretamente en Vicorto. Me pareció un sitio realmente romántico porque el terruño le sonaba los mocos a los aljibes y la gente hablaba de porqueses completamente aterradores. Mi asombro se disfrazó de admiración cuando dos hombres discutían sobre si la caña de cerveza se debía beber en la barra o sentado en la mesa. El que propulsaba más ardientemente la voz defendía que la barra era para la caña y que el botellín (tercio o quinto) se debía de utilizar para sentarse. Su defensa se basaba en que la botella le daba más presencia a la mesa, vistiéndola más de oro y grana. El otro le intimidaba con el presupuesto temporal, afirmando que la caña tenía más cuerpo y más vigencia.
Si hubiera tenido una cámara de video podría haberlo filmado pero le hubiera quitado romanticismo a la escena: la realidad es la guillotina de lo hermoso inventado, que es lo mismo que decir romanticismo.
A mi me parecía romántico cantar por las noches con los amigos, guitarra en mano y creo que perdí la adolescencia la noche en que dejé de cantar con ellos y me dediqué a pedirle peras al olmo.
Pero lo que más romántico me pareció en los últimos días fue que José Antonio nos invitara a su pedanía y nos ofreciera cama, toallas, carne de cordero y amistad. Después de una brutal enfermedad que le borró durante unos meses la sonrisa de la boca nos metió en su casa y nos contó que era el nieto del hermano y que el terruño que veíamos era, en realidad, un vergel. Todos acabamos viéndolo así y dándonos cuenta de que estábamos en medio de la luna, a la verita de las nubes.

1 comentari:

Anònim ha dit...

Celebro la idea que has tenido de publicar tus escritos, Orfeo, personalmente no acabo de asimilar con fluidez tu enrevesada forma de contar las cosas sencillas de esta vida pero sí que es cierto que me sorprendes (y, por tanto, disfruto), muy de vez en cuando. Así que, gracias por este blog.
Espero que sean varios los que se animen a dejar aquí un poquito, (o un mucho, depende del caso) de ellos: una opinión, un sueño... un dolor de cabeza... o aunque sea, una crítica incisiva de esas que tanto nos gunta a todos. Sin acritud y sin ánimo de dar ideas.
Suerte.