Con un balón en los pies
Leí hace unas semanas unas tristes declaraciones del mejor jugador de fútbol de los últimos tiempos, Ronaldinho: «sin una pelota no soy nada». A mí me pareció una oración simple a nivel gramatical pero a nivel humano me lo pareció mucho más. Recordé que cuando era pequeño y destrozaba pares de zapatillas en la plaza pensé en esa frase en más de una ocasión. Algún profesor hizo que avanzara en mis conocimientos y, además de ir aprendiendo que «nada» era atributo, entendí lo triste que es la vida de una persona cuando lo que la explica es un balón en los pies.
Cada uno tenemos una frase que nos hace más tristes. La mía es: «sin dos palabras que concordar no soy nadie». Yo decidí, por querencia natural, hacer toques con las palabras en lugar de con el esférico y poco a poco fui ganando kilos y vanidad al mismo tiempo que fui perdiendo peso específico en mi grupo de iguales con el balón en los pies...hasta convertirme en lo que soy ahora: un desastre en el centro del campo y un inconformista del papel.
No he logrado ser el mejor en nada mas que en planificar versos para los amigos en mi agenda a las tres y media de la mañana del sábado. No me parece poco aunque parezca, por lo que escribo aquí, todo lo contrario.
A veces buscamos el grado de genialidad en nuestras rutinas cuando, por definición, las rutinas no lo merecen. Yo volví a intentarlo en la cocina, después del fracaso deportivo, fabricando arroz al horno para el exigente banco de pruebas que es mi entorno más cercano. Sigo haciéndolo cada vez peor. Luego me tiré a la albañilería y conseguí fabricar una especie de armario trastero con nivel y pomada por el que cada época fluvial entra agua a borbotones.
Sólo me queda ser el mejor acompañando en cualquier situación a las personas que, como el café, se amargan en su propia soledad. El teléfono suele sonar viernes y sábado aunque me muestro escéptico ante tal situación porque la necesidad puede más que el sentido común.Y es entonces cuando vuelvo a soñar, mientras hago un arroz al horno acompañado de alguien en la galería de mi casa, en aquel momento grosero e infantil en el que soñaba a golpe de bocadillo de salchichón que sería alguien con un balón en los pies.
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