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dimarts, d’abril 18, 2006

17 de marzo de 2006

Morder a los dentistas

En su día me aficioné a la pasta de dientes porque era rojiblanca, del Athletic (de Bilbao, no hay otro) y me desintoxiqué cuando mi madre me trajo otra totalmente blanca (perdón a los del Valencia, sabéis que no es por vosotros)En el cole nos regalaron un cepillo y un Vale por un dolor de muelas cuando pasaras de los 30. Yo lo canjeé a los 20 y me costó mil duros y una palmadita en la espalda. Luego me olvidé de los dientes para siempre aunque comparto el dolor de mis seres queridos cuando visitan a odontólogos y otras especies colmilleras.
Me fascina cómo encapotan el cielo de nuestras bocas con bisturíes y empastes breves. Resguardan los dientes con paraguas contra la lluvia de caries que provocan las mentiras que decimos. Se visten de médicos para cobrarnos lo que dejamos de entender como enfermos.
Supongo que no creo en ellos porque ya he malgastado mi lista de motivos por los que me saqué el carnet de incondicional. Aunque me parecen arquitectos de la boca deberían tener despacho con sillón de cuero en los centros de salud públicos: nuestros representantes no deberían sacarnos las muelas del juicio con tanta premeditación.
En mi caso la genética me respalda: mi padre fumaba más que el vaquero de de Marlboro y eso no le ha impedido pasar de largo por las consultas de los dentistas en dirección hacia su partida diaria de tute perrero. Dicen los entendidos que no hay dolor más intenso que el de muelas. Todavía soy un neófito en este campo pero tengo mi propia lista de prioridades de dolores intensos.
No me cepillo los dientes, ni el alma, ni los premolares(que molan más que los molares) y me aterra que alguien tenga la osadía de cerrarme la boca durante una semana entera por culpa de una operación dental y económica.
Cada día que pasa le doy más importancia a mi boca y menos a mis amigos. Supongo que será fruto de un proceso de envejecimiento de mi corazón, que necesita morder antes que querer, masticar antes que sentir. Mañana (o pasado) iré al dentista, a que me empaste la vida: necesito un nuevo catálogo de dientes para poder blanquearme la existencia y dar la impresión de ser una persona algo más decente.