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dimarts, d’abril 18, 2006

17 de junio de 2005

Rosendo Mercado


Cada día le cuesta más partirse el pecho a partes iguales, entre su mundo interno, ese que dibujan sus pasos por las calles de su Madrid de siempre, y su mundo musical. A la sombra de un amigo suyo de la mili y dos de mis alumnos hablamos corto y tendido, el otro día, con motivo de la presentación en Mislata de su nuevo disco: Rosendo Mercado, el maestro del ripio que se construye un adosado en tu corazón a pagar en 50 años, el gurú de la rima consonante, habla tranquilo, sin más prisa que la que le provoca la intranquila sombra de su manager. Al presentarme me defino como el profesor culpable de que Alex y Lukas, que así se llaman los chavales, se hubieran tirado sin paracaídas a las raíces del mejor rock en castellano de todos los tiempos, «los profesores no son lo que eran», contestó el maestro de Carabanchel, aderezando la respuesta con una sonora carcajada. Yo que había ido allí a decirle que hacía tiempo que mi cinta de leño había rodado tanto que calculaba que ya había dado la vuelta al mundo y el primer golpe me lo asestó él.
A mí, lo que me interesaba ver de Rosendo eran sus manos: ese mapa que construye el tiempo en el cuerpo de los que deciden regalarle al mundo algo más que presencia y un número en el carné de identidad. Las había visto zarandearse por el mástil de su guitarra cienes de veces desde la lejanía pero ahora entendía sus nudos.
Llegué a comprender su aparición en ciertos programas de televisión que antes no solía frecuentar: el mercado discográfico se está convirtiendo en un espacio que te apuñala si no conoces sus tramoyas: y a veces hay que formar parte de ellas.
Muchas veces me he preguntado qué me llamó la atención de un tipo que rima «berberecho» con «pecho». La solución está en ser amateur. Mientras las agujas del reloj de mi bolsillo van ninguneando su recorrido por los números, uno se da cuenta de que, tanto el amor como el uso que se hace de él deberían ser no profesionales. De hecho Rosendo ha desplazado el músculo corazón a su dedo tocayo. Se trata de sentir, navegar a muerte, ser sorprendente, pisar cucarachas repugnantes, y dale y dale... Se trata de no caer en la tentación de alejarte de la conversación de un buen amigo, cerveza mediante. ¡Salud y gracias!