El hombre analógico y binario
Entró en el bar y se sentó en una mesa individual
sin servilletero, que tenía una silla y la vergüenza de estar arrimada contra
la pared. En el mismo momento en el que se acomodó ya tenía la sensación de
querer marcharse sin despertar ningún tipo de sospechas, aunque decidió darle
un par de oportunidades al sitio porque en la tele se perpetraba un partido de fútbol y a él
le daba igual tanto el resultado como el encuentro.
Era un tipo analógico y binario. Analógico porque
necesitaba oler a las personas para entenderlas, tocar los libros para leerlos,
mirar los ojos para amarlos, rozar su vida para compartirla rallada y no tener
seguros a todo riesgo; en definitiva, era un tipo analógico porque necesitaba
el contacto desordenado con los demás, como lo necesitan las uñas de la hiedra
para huir del suelo, fuertes, decididas, aéreas, impregnando de verde terrible los ladrillos oscuros de
la pared.
Y a pesar de eso, era un tipo binario, tremendamente
binario: siempre elegía entre el sí o el no y se había hecho un listado de
palabras bisílabas que utilizaba en todos los contextos posibles. Había decidido no
ponerse enfermo nunca porque consideraba que cualquier estado físico que no
fuera la vida o la muerte carecía de fundamento. Viajaba siempre en línea recta
y jamás echaba la vista atrás, aunque se olvidara el equipaje o la sombra.
Tampoco había para él ninguna cosa entre querer o no querer. En definitiva, era
binario con la misma certeza y convicción con la que es posible equivocarse de
parada de metro, de dirección en el cruce de la vida.
Seguía en el bar, decidido a olfatear los rincones como
si fuera un cerdito trufero. Realmente olió por allí que no son las personas
las que deciden sentarse en las esquinas, sino que son los rincones los que
recogen las lágrimas de los generales rotos y asumen los besos inapropiados
entre los amantes de lo que se odia. En los rincones mueren las paredes y las
personas acaban con los labios medio partidos por las discusiones que nunca
llegaron a tener la categoría de ser consideradas enteras. Son los rincones los
que fingen no ser vistos y disfrazan de placer las conversaciones. Tal vez se
quedó allí, arrimado a la pared, en la mesa individual y sin servilletero, por
una pura cuestión binaria y analógica, aunque seguía sin hacerle caso ni al
partido ni al resultado.
Y seguía allí, respirando el hedor de las personas que
estaban allí, impregnándose de él. Descubriéndolos a todos ellos, por debajo de
las raíces, sacándolos con el hocico, removiendo la tierra mojada y fértil para
sacarlos a la luz. Violaba sus conversaciones con la mirada dura y esa
sensación de no ser de ningún sitio ni de ir a ninguna parte.
Pronto las esquinas del bar se bebieron a los clientes
habituales; y mientras en la televisión los tarotistas derrotaban a los
futbolistas a altas horas de la madrugada, el hombre binario y analógico se
pidió una cerveza y decidió ir a hablar con la chica de la mirada de colores
que se había quedado varada en la barra desde hacía un buen rato.Y sin hacerle mucho caso, ni al partido ni al resultado, le pidió a la muchacha que se quedara con él casi toda la vida.
3 comentaris:
Tú no eres ni analógico ni binario. Tú lo q eres es un tarotista. Por cierto...cómo quedo el atletic de bilbo? Cap albargina.
.....Excelente compañero. Cap albargina
Señor Molins, sabe usted que si hay algo que olfatear por los rincones de los bares lo mejor es olvidarse del fútbol y centrarse en la vida misma, que recorre las mesas de los antros como la savia por el fondo de los troncos. Un abrazo.
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