El mecánico de coches
Aquel año fue el mejor de todos los años posibles para Hans, el mecánico de coches. Le despidieron un viernes por la noche, mientras se había metido en la panza de un automóvil de lujo para intentar asistir en el parto del vehículo: la nueva avería venía de cabeza. El coche sangraba aceite y sólo él pudo certificar la defunción del bloque del motor con un profundo respirar.
Su jefe lo desterró a un desguace que estaba no sólo a las afueras de su ciudad sino también del resto de las ciudades, muy cerquita de Wanderburgo. El empresario compró el próspero negocio con el dinero que le dieron de la venta del matadero de cerdos que tenía en medio de la ciudad, “los trozos de las cosas vivas me aburren; ahora que me hago viejo prefiero traficar con piezas muertas” solía farfullar el anciano jefe.Y es que el hombre había preferido admirar las partes de las cosas en concreto más que el conjunto que forman entre todas.
Antes de la llegada de la carta de destierro, Hans había perpetrado, sin darse cuenta, pasar del artesano que era a que el resto del mundo lo considerara un artista. Antes, mucho antes del cambio de trabajo del taller al desguace, Hans había escupido en todos los suelos de los bares; y al mismo tiempo escribía en las servilletas de los garitos y leía cuadros, frases de azucarillos y besos por los parques. Cuando su mujer se marchaba por la puerta llevándose a los niños y la cafetera, le dijo muy tiernamente, "Hans, con los artistas hay que intentar vivir, amarlos; pero luego siempre hay que abandonarlos, porque su necesidad de expresarse, su incalculable egoísmo les impide dar todo lo que se requiere dar si se pretende amar de verdad"
Pero ahora, el mecánico de coches debía abandonar su trabajo porque le habían despojado de la capacidad de sentir. Sería el mismo viernes por la noche, sin duda, el día en que dejara de apasionarle todo interés por los vehículos en movimiento. Lo llevaron al nuevo trabajo y le dieron unas llaves: ahora eres el matarife de coches más desgraciado de la planicie. Los primeros días se sentía solo en medio de las piezas muertas. Incluso desmontó las baterías de los coches y les puso nombre; y conectaba bombillas a sus bornes hasta que se apagaban, en medio de la noche.
En cuanto reconoció su condición fue pasando de considerarse menos artista a más artesano. Despiezaba, asumía con tanta devoción su trabajo que los clientes del desguace se quedaban a ver cómo separaba la carne de los huesos de sus coches.
Uno de esos clientes, Sophie, llegó inesperadamente al desguace como el que se pierde en medio de la carretera en busca de repuestos y sonrisas. Había abandonado la idea de encontrar a alguien que la quisiera. Demasiado tarde.
Un día decidió, al acabar la jornada laboral, pasarse al calendario lunar... Y se acordó de Sophie... Y la quiso, desde ese momento, hasta el final de sus lunas
2 comentaris:
ya me lo explicas en persona. cap albargina.
Con un caixó de taronges como testigo...
Un abrazo... Molins...
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