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dijous, d’abril 19, 2012

20 d'abril del 90...de2012


La muerte de una tortuga
No hay nada más letárgico que la muerte de una tortuga. Desde los besos de las olas hasta sus pies desnudos había poco espacio de tiempo. Recordó que su madre, Carmen, lo cogió nada más nacer y ya podía diferenciar el olor de tres tipos diferentes de aguas saladas. Lloró tanto aquel 17 de julio que los primeros sorbos de agua que bebió ya fueron salados.
Todo eso recordaba mientras veía que la tortuga, despacio, se iba apagando.
De niño sólo se orientaba en función del mar y, si se alejaba mucho, perseguía las coordenadas con la nariz, buscando con precisión las corrientes de aire por entre las callejuelas. Ya pasaba más tiempo dentro que fuera del agua, así que dejó de comprarse ropa al tiempo que se le hacía más gruesa e insensible la piel. A penas volvía a casa mientras se pintaba de sol la cara, la espalda y el corazón. Y dejó de jugar con los otros muchachos del barrio.
También recordó, mientras la tortuga agonizaba lentamente, sus primeros besos adolescentes, marítimos. Mientras ella se ahogaba en el fondo de sus ojos azules, él la besaba como un suave rumor y la dormía con la lengua mojada, y la llenaba de vida, y la despeinaba tímidamente. Nunca desaprovechó ni un sólo instante de aquella boca.
Y seguía allí, viendo cómo el mar mordía la orilla, y cómo el tiempo se desperezaba antes de matar a la tortuga. Y pensó en su juventud, cuando confirmó que el tiempo había sido una invención del hombre. Siguió en aquella época coleccionando mares en botellas con barcos, y besando con indescifrable amor, a aquellas damas nocturnas...navegándolas.
Aquella tortuga estaba a punto de caer rendida a sus pies y las olas ya habían derretido la distancia entre la arena y el mar. Se había imaginado tanto ese momento que podía haberlo escrito tal y como pasó, hace muchos años. La verdad es que había encontrado mil lugares donde naufragar, ya de mayor; y reventarse contra las rocas para dejarse sabotear terriblemente, como en La posada Jamaica. Sólo intentó una vez alejarse de la playa y tuvo fiebre durante una luna llena y media. Al despertar había perdido varios quilos, un par de años y el reloj de bolsillo de su abuelo.
Ahora observaba a la tortuga, medio muerta, sobre la arena. Acarició su caparazón y se desnudó del todo. Había dejado de soplar la brisa y la vida de la tortuga. Se acercó al mar y, al verse los tobillos abrazados por el océano, respiró agua fresca. Caminaba despacio hacia el fondo, como había aprendido de la muerte de aquella tortuga. Mientras el agua le iba abrazando con salada dulzura, se había dado cuenta de que todo ese ciclo en el que la tortuga había estado muriéndose le había enseñado que el tiempo era una invención de los hombres. Y de que sí había algo más letárgico que la muerte de una tortuga.

3 comentaris:

Anònim ha dit...

cabrón!!



capità albargina

Anònim ha dit...

Hola, chato, ¿cómo estás?

Por cierto, sí le leo, a deshoras tal vez, y siempre en el momento menos esperado, pero fiel como un perrito. Ya sabe usted que, aunque me lo calle, hace mucho tiempo que me robó el corazón, dejando en su lugar un recorte de prensa.

Momo.

Orfeo ha dit...

Entre ladrones y filologías vamos sobreviviendo lo justo para entendernos...
Y con recortes de prensa de por medio...