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dimarts, de març 13, 2012

17 de marzo de 2012

El banco de Los tres cerditos

Fue al salir del bar, cerca del cauce, cuando oí decirle al compañero de banco, «es ahora, cuando todos pierden la casa, cuando yo empiezo a disfrutar de la mía...no ves, ¡hace solecito!» Los tres hombres se habían leído el cuento de los cerditos y al final no les quedó más remedio que hacerse las casas de cartón. Fruto del desencuentro amoroso, parecían tomar el sol y mendigaban. Creo que eran muy devotos ya que pedían euros para convertir su sangre en vino: su fe en la incredulidad lo hacía posible.

«Qué contrariedad» - le comentaba el cerdito de la derecha - «Menos mal que sabemos el final del cuento»

Sin las gafas de lejos se veía claramente que a los tres les faltaban gran parte de los dientes, porque habían mordido la vida, que es de hierro, y siempre se pierde lo del medio. Creo que en ese momento comprendí que de pequeño me incitaran a tomar siempre mis propias decisiones, a casi cualquier precio. A aquellos tres compañeros de banco de caja de cartón no les quedaban ni incisivos ni caninos. Su cerebro había dado orden de mantener en la boca únicamente aquellos dientes que sirvieran para machacar, sin más...trabajo duro, de cantera. Más tarde ellos decidieron hacer lo mismo que sus dientes: se quitaron del medio, se echaron a un lado de la boca del mundo.

Como decía, fue al salir del bar y tuve suerte de escucharlos porque metabólicamente hablando no nos habíamos entendido en los últimos meses. De día tenían una cierta tendencia a aletargarse; de noche era yo el que pasaba como un indigente, sin verlos. Y lo más extraño: las veces que los veía de pie me parecían menos vivos que cuando me los encontraba tumbados, inertes. Incluso habíamos aprendido a reconocernos a horas intempestivas. En cambio nos desobedecíamos, nos ignorábamos con la multitud del día y de los besos de las mamás de parque de cinco y cuarto de la tarde.

Y aquel día, al salir del bar, el día que empezaban a disfrutar de sus casas de cartón, escuché al del centro contar que era músico, pero que ahora se encontraba confuso, como aquel trabajo en el que tenía que destruir copias defectuosas de vinilos, «Muchachos...oing...aquel día destrocé dos mil discos del Led Zeppelin II» Los otros dos compañeros de parque, de cuento y de mella dental lo miraron como si estuviera vivo, aunque a ellos también les parecía mucho más vital cuando estaba tumbado que cuando permanecía de pie.

Aquel día que salía del bar reconocí que uno se puede fumar un cigarro como si estuviera comiéndose un enorme filete de carne...y la temperatura bajaba mientras subía su capacidad de especular en la vida...construyendo casas de cartón en los bancos de los bulevares de las avenidas...como un banquero sin sueños...que es una magnífica definición de la palabra banquero.