La importancia de ser un dálmata
Ya creo haberme acostumbrado, como la soga al cuello del ahorcado, a tus besos desesperados. Lo creo firmemente porque ayer, de nuevo, me salió otro lunar detrás de la espalda.
Yo que siempre fui un tipo de costumbre, no logro contener mis ganas de suicidarme intelectualmente cuando me salen nuevas manchas. Padezco esa extraña enfermedad desde pequeño y no creo que me deshaga de ella hasta dentro de dos semanas.
Me salió por la mañana, que es cuando aterrizan los besos, las caricias, las ideas...Claramente surgió por aquella paliza mental que le propiné a aquel amigo (que milagrosamente continua siendo mi amigo) A veces resulta difícil encontrar un claro en medio de tanto lunático lunar.
Y logro acostumbrarme, a tus besos desesperados, por puro mimetismo social; y lo consigo porque anteayer descubrí el octogésimo octavo lunar que me creció, delante del pecho. Casi no recuerdo el motivo porque se casó con un primo lejano de mi prima Olvido. Casi seguro que maté con la mirada a aquel tipo que sólo se diferenciaba de mí en que no era yo.
Y consigo recordar los nudos marineros de los cuadros de las casas con armarios roperos a costa de acostumbrarme a tus besos. Y lo logro porque antes de anteayer, en medio de la ducha , de madrugada, fui consciente de mi nuevo lunar. Esta vez, debajo de la planta del pie. En ese momento me sentí como uno de los hipopótamos de Pablo Escobar. Ser consciente de que la vida te reprime pintándote pecas en el cuerpo creo que sólo es entendible desde el punto de vista de un hipopótamo colombiano. En mi favor quiero decir que creo que sí sé por qué me salió: por no salir a pintar un beso en esa pinacoteca subvencionada en medio de mi pecho, que es tu lengua.
Hoy, claramente, encima de la base de la cabeza, me he habituado a esperar tus besos desesperados. Y lo he hecho únicamente por mí. Y por los dálmatas, que nacen sin manchas en la piel y van recuperando su verdadero aspecto a la vez que pierden la inocencia y los años de vida. Sin saber demasiado de perros, ni de manchas, ni de las cosas que se nos dan de nacimiento, reconozco haber desarrollado una tremenda sensibilidad por las huellas que va dejando la vida en la piel. También de cómo se oscurece la corteza cuando empiezan a llover lunares por las mañanas en tu piel. y sobre todo piensas que, aquello que te hace único, forma parte de las cosas que te manchan la dermis. Por eso creo haber ladrado más de una vez, mordido la mano que me ha dado de comer, y también recuerdo haber movido la cola detrás tuyo, por la calle hasta la esquina de las casas sin aristas.
Ya creo haberme acostumbrado, como la soga al cuello del ahorcado, a tus besos inesperados.
Ya creo haberme acostumbrado, como la soga al cuello del ahorcado, a tus besos desesperados. Lo creo firmemente porque ayer, de nuevo, me salió otro lunar detrás de la espalda.
Yo que siempre fui un tipo de costumbre, no logro contener mis ganas de suicidarme intelectualmente cuando me salen nuevas manchas. Padezco esa extraña enfermedad desde pequeño y no creo que me deshaga de ella hasta dentro de dos semanas.
Me salió por la mañana, que es cuando aterrizan los besos, las caricias, las ideas...Claramente surgió por aquella paliza mental que le propiné a aquel amigo (que milagrosamente continua siendo mi amigo) A veces resulta difícil encontrar un claro en medio de tanto lunático lunar.
Y logro acostumbrarme, a tus besos desesperados, por puro mimetismo social; y lo consigo porque anteayer descubrí el octogésimo octavo lunar que me creció, delante del pecho. Casi no recuerdo el motivo porque se casó con un primo lejano de mi prima Olvido. Casi seguro que maté con la mirada a aquel tipo que sólo se diferenciaba de mí en que no era yo.
Y consigo recordar los nudos marineros de los cuadros de las casas con armarios roperos a costa de acostumbrarme a tus besos. Y lo logro porque antes de anteayer, en medio de la ducha , de madrugada, fui consciente de mi nuevo lunar. Esta vez, debajo de la planta del pie. En ese momento me sentí como uno de los hipopótamos de Pablo Escobar. Ser consciente de que la vida te reprime pintándote pecas en el cuerpo creo que sólo es entendible desde el punto de vista de un hipopótamo colombiano. En mi favor quiero decir que creo que sí sé por qué me salió: por no salir a pintar un beso en esa pinacoteca subvencionada en medio de mi pecho, que es tu lengua.
Hoy, claramente, encima de la base de la cabeza, me he habituado a esperar tus besos desesperados. Y lo he hecho únicamente por mí. Y por los dálmatas, que nacen sin manchas en la piel y van recuperando su verdadero aspecto a la vez que pierden la inocencia y los años de vida. Sin saber demasiado de perros, ni de manchas, ni de las cosas que se nos dan de nacimiento, reconozco haber desarrollado una tremenda sensibilidad por las huellas que va dejando la vida en la piel. También de cómo se oscurece la corteza cuando empiezan a llover lunares por las mañanas en tu piel. y sobre todo piensas que, aquello que te hace único, forma parte de las cosas que te manchan la dermis. Por eso creo haber ladrado más de una vez, mordido la mano que me ha dado de comer, y también recuerdo haber movido la cola detrás tuyo, por la calle hasta la esquina de las casas sin aristas.
Ya creo haberme acostumbrado, como la soga al cuello del ahorcado, a tus besos inesperados.
2 comentaris:
ohhhhh.....ohhhhhhhh..... ohhhhhhhhh.....ohhhhhhhhhhhhhh............ grandísimo. Llegaste al parnaso de lo cotidiano!!
Cap. albargina.
Si
Publica un comentari a l'entrada