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dimecres, de març 17, 2010

17 de marzo de 2010

Paradas de autobús

Como no entiendo las líneas de los autobuses casi siempre decido no subir en ellos. A veces me da por pensar que si todo el mundo actuara como yo, nunca hubiéramos llegado a la luna. Y como casi todo lo que pienso termino aplicándolo a mí mismo, deduzco que no soy una persona que haya llegado a la luna en autobús: porque sumergirte en un libro, en medio de la ciudad, es llegar a la luna, y allí me suelo quedar durante mucho tiempo, esperando que suban las mareas y se columpien los gatos en la punta.
Llevo años intentando convencerme de que esas líneas de autocares que no logro descifrar me podrían llevar bien lejos, pero cuando paso por una parada y observo los números, los colores y los paneles, doy media vuelta y sigo caminando.
Lo curioso es que, de un tiempo a esta parte, suelo dar media vuelta en bastantes cosas pero no consigo dar la espalda a éso que dejo detrás. Creo que me gusta alejarme y, en cierta medida, quedarme al lado de los demás: no sé si habrá alguna línea de autobús en la ciudad que me lleve cerca de este curioso estado anímico.
A lo que íbamos, que no entender las líneas del autobús me hace huir caminando, que es lo que más me gusta para estar cerca de mí mismo. Además, esta afición me ha dado momentos de extremada incomprensión. Huyendo de una de las paradas me encontré, el otro día, con Chimo Bayo en el Guirigall: creo que es de las pocas veces que llego a la luna sin subirme a un libro. En cierto modo era como asistir a un alunizaje de cafetería. Iba acompañado de todo un séquito de amigos que normalizaban su situación en este mundo. En ese momento no recordaba si lo que veía se debía a que perdí la cuenta de las consumiciones o a que no me había alejado lo suficiente de la parada del autobús. Estuve un rato departiendo con él y repartiendo mi asombro por los diferentes hemisferios de mi cerebro. Por un momento pensé en lo inverosímil de la situación, pero lo que más me fascinó fue ver como, a los quince minutos de conversación, se dio media vuelta y se marchó. Al alejarse pude detectar, claramente, que no me estaba dando la espalda y que se alejaba quedándose, al menos, hasta que me acabara la penúltima consumición.
No hacía sol, pero me puse las gafas en su honor. No tenía linternas que ponerme en las orejas y, como no me gusta la música electrónica no tuve más remedio que homenajearlo de otra manera. Así que cuando la camarera me dijo numéricamente que llevaba un buen rato metido en la cafetería, yo le contesté: ¡JU JA!
Ese día cogí mi primer autobús por la ciudad y me puse a dar vueltas hasta que entendí, al menos, el recorrido de esa línea.

4 comentaris:

Anònim ha dit...

Te recomiendo subir más en autobús... es como ir a un bar sólo que no sirven cerveza y tapas. Puedes encontrarte con todo tipo de gentes y personas... hombres y mujeres con su vida a cuestas de una parada a otra... y no hace falta oirles si no quieres, sus caras te lo dicen todo... y a veces también sonríen.

Verónica

Orfeo ha dit...

Estoy en ello...¡gracias por el consejo!

Anònim ha dit...

Ximo!! Nunca te pares... siguemé, nunca te pares sienteló, nunca te pares bailaló...o algo parecido!!


Camarón de la isla 2.

Anònim ha dit...

..."suelo dar media vuelta en bastantes cosas pero no consigo dar la espalda a éso que dejo detrás"...GRANDE, MAESTRO GRANDE
Precioso y "migajosísimo" artículo... reflexiono al respecto... y te cuento... besos sin spinas!