El bueno, el feo y el calvo
La sordera de manos se cura con un audífono que es como la huella dactilar de guante para lavar los platos. Es la sensación que me da ofrecer la mano a alguien que lleva guantes de plástico, de cirujano de teleserie americana, de anuncio de televisión de señora (señor) de la limpieza.
Parece curioso que el peso específico de la limpieza del hogar, que ha recaído históricamente en las mujeres, esté iconizado por un señor calvo y que, en el colmo de la famosidad, también vende boletos de lotería por navidad, y tiene un chicle que aparece mágicamente después de relamer un maravilloso chupa-chups,...y sobre todo, que vende atún a golpe de ripio (gracias, Jesús Puente, gracias de verdad) En cambio, uno de los traumas que más han perjudicado a las generaciones que crecimos con Érase una vez el hombre: no había calvos. La historia nos está vejando de una forma apabullante. Los calvos no tienen sordera de extremidades, porque queda claro que han decidido chocarle la mano al mundo con la cabeza.
Si a los calvos les ofrezco, por pura solidaridad con ellos, un espacio en la historia de la humanidad, a los feos no les deseo menos (también por pura identificación personal). Éstos sí que aparecían en masa en Érase una vez el hombre y han movido los hilos de la tramoya social desde tiempos inmemoriales. A los feos no nos queda otra que escuchar con las manos, tocar, sentir los surcos. Pero es difícil puesto que la gente se plastifica el corazón con bolsas de Mercadona para no dejar a los demás el placer de sentirlos cerca. Casi nunca nos besamos las manos cuando nos las damos, aterrados con la sóla idea de contaminarnos con la saliva de los demás.
Y qué me dicen de los buenos,...¡uf!, los buenos sí que dan las manos, porque forma parte intrínseca de su profesión de buenos. Lo peor de todo es que están viendo como los apretones de extremidades han pasado al campo de las audiencias reales y ya no son cartas de presentación de la temperatura de nuestro corazón. Ayer le apreté la mano a un amigo y creí estar apretando la de un Borbón, la de un tipo que cobra por ofrecer manos y que tiene una sordera de manos de cirujano de teleserie americana, de anuncio de televisión de señora (señor) de la limpieza.
Valery, en un azucarillo de bar de tapa y cerveza, decía que al hombre lo que le debería dar miedo era vivir, no morir. Lo suscribo pero con una condición: no pensar que es tarde para tocarse. A compartir huellas dactilares no me gana nadie y si no es así, bajaré a la comisaría del infierno, a sacarme el carné de identidad y que un señor con rabo y cuernos me de el pasaporte hacia los demás, que es el cielo.
Parece curioso que el peso específico de la limpieza del hogar, que ha recaído históricamente en las mujeres, esté iconizado por un señor calvo y que, en el colmo de la famosidad, también vende boletos de lotería por navidad, y tiene un chicle que aparece mágicamente después de relamer un maravilloso chupa-chups,...y sobre todo, que vende atún a golpe de ripio (gracias, Jesús Puente, gracias de verdad) En cambio, uno de los traumas que más han perjudicado a las generaciones que crecimos con Érase una vez el hombre: no había calvos. La historia nos está vejando de una forma apabullante. Los calvos no tienen sordera de extremidades, porque queda claro que han decidido chocarle la mano al mundo con la cabeza.
Si a los calvos les ofrezco, por pura solidaridad con ellos, un espacio en la historia de la humanidad, a los feos no les deseo menos (también por pura identificación personal). Éstos sí que aparecían en masa en Érase una vez el hombre y han movido los hilos de la tramoya social desde tiempos inmemoriales. A los feos no nos queda otra que escuchar con las manos, tocar, sentir los surcos. Pero es difícil puesto que la gente se plastifica el corazón con bolsas de Mercadona para no dejar a los demás el placer de sentirlos cerca. Casi nunca nos besamos las manos cuando nos las damos, aterrados con la sóla idea de contaminarnos con la saliva de los demás.
Y qué me dicen de los buenos,...¡uf!, los buenos sí que dan las manos, porque forma parte intrínseca de su profesión de buenos. Lo peor de todo es que están viendo como los apretones de extremidades han pasado al campo de las audiencias reales y ya no son cartas de presentación de la temperatura de nuestro corazón. Ayer le apreté la mano a un amigo y creí estar apretando la de un Borbón, la de un tipo que cobra por ofrecer manos y que tiene una sordera de manos de cirujano de teleserie americana, de anuncio de televisión de señora (señor) de la limpieza.
Valery, en un azucarillo de bar de tapa y cerveza, decía que al hombre lo que le debería dar miedo era vivir, no morir. Lo suscribo pero con una condición: no pensar que es tarde para tocarse. A compartir huellas dactilares no me gana nadie y si no es así, bajaré a la comisaría del infierno, a sacarme el carné de identidad y que un señor con rabo y cuernos me de el pasaporte hacia los demás, que es el cielo.
2 comentaris:
La perdida de la comunicación está marcando casi sin darnos cuenta nuestra vida.
Cmo Vd. dice ya no sentimos ni tocamos com haciamos antes y a la vez que ocurre esto, el tiempo se nos va de las manos aún mas rápido porque no sabemos como aprovecharlo de verdad.
En Ferran le agradezco el tributo a mi padre, que es calvo, pero me guardo el no darme por aludido entre los feos(jaja).
Un abrazo y muchas gracias por todo lo que me ha enseñado y que intentaré poner en práctica.
Me encanta el final: los demás es el Cielo. Efectivamente la felicidad está en darse y no en buscarse, y ese darse también incluye comunicarse.
Por cierto que me solidarizo contigo, al fin y al cabo yo también soy feo.
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