Diógenes era porteño
Si almacenar ingentes cantidades de basura en casa a ciertas edades es una enfermedad, tendríamos que plantearnos si no tenemos todos unas décimas de fiebre. Si el telediario se ocupa tanto de nuestros abuelos recolectores de desperdicios no entiendo cómo no nos hacen entrevistas por las calles a los porteños. Porque nuestra gran casa, esa configurada por parques y calles, está plagada de basura y mondas de la fruta prohibida.
Puede que sea un fanático del «no tirar nada al suelo» o que venga de otro planeta al levantarme de la cama y esprintar hacia la meta que supone mi cortado matinal, pero nada me crispa más, a primera hora del día, que encontrarme un mosaico de inmundicia dibujando la ciudad.
A veces imagino que alguien me pone un micrófono en la boca y me dirijo a un medio de comunicación nacional. Me tachan de padecer el Síndrome de Diógenes y me quedo sin respuestas a los porqués. Llevamos tanto tiempo dedicándonos a la búsqueda de identidad como pueblo que me niego a que en la bandera aparezca un contenedor de basura.
Que todo el mundo tengamos nuestro desorden casero ( sólo hay que pasearse por mi cuarto de operaciones) no nos da mucho derecho a llenarnos el corazón de desperdicios, que es lo que hacemos cuando arrojamos al suelo un papel.
Cuando trabajaba en la tienda de electrodomésticos tuve un episodio mítico al respecto. Estaba con El Beto instalando una cocina y, al retirar la vieja, la señora de la «casa» nos alertó: «creo que hay una ratica por ahí». Al mover el aparato en cuestión, el diluviano animal pasó entre las piernas del Beto cual bola de hierro en un pinball, y se fue a disfrutar por aquella casa que parecía un ecoparque particular.
A veces pienso si es la soledad la que llama a la puerta de estas hormiguitas de la basura, la imposibilidad de llenar sus vidas con cortados, amigos y dos docenas de pasteles de cariño.
Yo no me siento en estos momentos solo, pero en el caso de que alguna vez me ocurriera y dada mi torpeza para la música, no utilizaré flautas para sentirme acompañado de ratoncillos y demás: al fin y al cabo dedicarse a recolectar basura no me parece tan mala idea, y si Diógenes era un filósofo, alguna buena razón para cubrirse de mierda tendría.
Puede que sea un fanático del «no tirar nada al suelo» o que venga de otro planeta al levantarme de la cama y esprintar hacia la meta que supone mi cortado matinal, pero nada me crispa más, a primera hora del día, que encontrarme un mosaico de inmundicia dibujando la ciudad.
A veces imagino que alguien me pone un micrófono en la boca y me dirijo a un medio de comunicación nacional. Me tachan de padecer el Síndrome de Diógenes y me quedo sin respuestas a los porqués. Llevamos tanto tiempo dedicándonos a la búsqueda de identidad como pueblo que me niego a que en la bandera aparezca un contenedor de basura.
Que todo el mundo tengamos nuestro desorden casero ( sólo hay que pasearse por mi cuarto de operaciones) no nos da mucho derecho a llenarnos el corazón de desperdicios, que es lo que hacemos cuando arrojamos al suelo un papel.
Cuando trabajaba en la tienda de electrodomésticos tuve un episodio mítico al respecto. Estaba con El Beto instalando una cocina y, al retirar la vieja, la señora de la «casa» nos alertó: «creo que hay una ratica por ahí». Al mover el aparato en cuestión, el diluviano animal pasó entre las piernas del Beto cual bola de hierro en un pinball, y se fue a disfrutar por aquella casa que parecía un ecoparque particular.
A veces pienso si es la soledad la que llama a la puerta de estas hormiguitas de la basura, la imposibilidad de llenar sus vidas con cortados, amigos y dos docenas de pasteles de cariño.
Yo no me siento en estos momentos solo, pero en el caso de que alguna vez me ocurriera y dada mi torpeza para la música, no utilizaré flautas para sentirme acompañado de ratoncillos y demás: al fin y al cabo dedicarse a recolectar basura no me parece tan mala idea, y si Diógenes era un filósofo, alguna buena razón para cubrirse de mierda tendría.
1 comentari:
Esta tarde me emplazaste a visitar tu página (otra vez) y, a ser posible, dejar un comentario en ella. Como siempre, no prometí nada, pero aquí estoy.
Admito mi triste inferioridad narrativa, y no me siento capaz de darte una réplica aceptable. Así que me limitaré a felicitarte por esa gran facilidad para destripar y poner del revés cosas, asuntos y personas. En cuanto a la última frase de este post... Sublime. Rayana en la perfección.
Y, por último, coincidir contigo en que tal vez sea la soledad la que nos hace acumular toda esa porquería. Recuerdos propios y ajenos, hurtados a unos dueños que, un buen día, creyeron no volver a necesitarlos y se deshicieron de ellos sin el menor remordimiento. Rescatados de algún contenedor de basura convertido, sin querer, en lúgubre museo de los horrores del consumismo humano, y recolectados con afán por aquellos, que creyendo no poseer nada, se consuelan atesorando vidas ajenas.
Sujeto en estudio número... (Indíquese lo que proceda)
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