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dimarts, d’abril 18, 2006

21 de febrero de 2005

Mis expectativas

Hacia tiempo que no rastreaba las publicaciones suburbanas, esas que se amontonan en las cafeterías, que soportan las manchas de espera de los novios en las barras, esas que resuelven crucigramas y enmarcan con colores los conciertos y las exposiciones de macramé. En ese viaje por estas publicaciones me he reencontrado con mis viejos fantasmas: "Se abre el plazo de inscripción para el Curso de azafata de congreso". Yo que creía haberme desembarazado de mi espíritu cursillista tuve en ese momento un extraño cosquilleo en el estómago y unas terribles ganas de apuntarme el teléfono de contacto en la agenda. Cubrir las paredes de tu vida con diplomas de asistencia es como empapelarte el corazón con medias verdades: nunca se tiene suficiente. Por eso pensé, al leer el curso de Azafata de congreso, que el destino me daba otra oportunidad de cubrir expectativas, en general.
Es parecido a lo que nos ocurre a la hora de sonarnos los mocos: se genera una expectativa y acabas escudriñando el pañuelo para comprobar texturas, tamaños, olores,...es un matrimonio entre el inconformismo y la curiosidad difícilmente explicable en otras facetas de la vida.
Además ustedes ya habrán decidido si generar una magnífica ley universal europea fruto de las expectativas de otros o, a raíz de las últimas votaciones, pegarle un vistazo a la constitución que tienen en casa (la suya, vamos). Aunque en casi todas las facetas de la vida es odioso comparar a menudo es el único recurso que nos queda para saber si nos quieren tomar el pelo. A mi esto de la constitución me suena un poco a lo de pedir doble de queso en las pizzas por encargo: cuando llegan a casa a uno le da la sensación de que lleva la misma cantidad de queso pero no puede demostrarlo. Pero claro, se trata de mi expectativa, no de la de ustedes...
También es verdad que cada persona genera sus propias metas y le resulta difícil creer que no las alcanza en su momento determinado: hace unos días y abrazado por una nube de posavasos escuché a un tipo despavorido gritando al camarero, desde la otra punta del garito, que no le quedaba Camel en la máquina. Me dio un poco de lástima porque tuve claro que aquella persona iba a dejar el mundo de los crédulos para sacarse el carné de agnóstico, a no ser que encontrara otro paraíso del tabaco, otro Shangri La.
La verdadera expectativa es la que se cumple en silencio, con los ojos cerrados, los párpados abiertos y las palabras a medio camino entre la boca y el corazón.