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dimarts, de maig 14, 2013

17 de mayo de 2013

Vivir en ese lugar periférico


A menudo las cosas te atropellan, como si te pusieras sobre las vías del ferrocarril y esperases la llegada lejana de un tren de cercanías. No parece nada extraño ni curioso. Lo realmente raro es darse cuenta de ello, tal y como me pasó hace unos días. He acabado viviendo en uno de esos lugares perdidos en los que cualquiera que quiera perderse puede acabar allí en busca de algo. En ese lugar se acababa el anillo de Saturno de sus besos.
Salir de la ciudad se convierte en entrar en otro espacio suave, periférico y audaz. Pensamos que el centro de nuestro cuerpo es equidistante a nuestras extremidades pero es la periferia la que mueve y rige los 'quehaceres' y los 'quedecires'.
Es curioso que la búsqueda de refugios dé como resultado todo un ecosistema de personas que los quieren encontrar y que genera una raza humana diferente, suave. Las bibliotecas de esos lugares son los bares y sus ciudadanos. Hace tiempo que, erróneamente, dibujo líneas 'isobares' por los barrios para determinar sus límites sociológicos.
Mi confort en este sitio viene determinado por la capacidad que tenga de creer en las personas con las que tropiezo en el ascensor, al comprar la verdura o prestar la sal y la pimienta. Suelo alegrarme de contar zapatos, sombreros y besos de portal nocturno. Y sumo faldas cortas de vecinas, el roce de los labios del sol sobre el asfalto, las puertas de las casas con flores. También la ropa interior tendida, escaparates de pudor contenido por las terrazas esquineras; cómo saber qué te pusiste ayer (e investigar los límites de tus hipotenusas) Y entender las ventanas como lienzos que dibujan vidas.
En cambio el perpetuo inconformismo nos aleja de la errónea sensación de paz social que se olvida de pagar los recibos de la luz de nuestras vidas. Y por éso, destierro de las cosas buenas los casales falleros, las personas que pasean perros de presa con chándales blancos e implantes de silicona por metro cuadrado. Y también resto personas que no se miran a los ojos, adolescentes que no quieren perder su condición y padres que esperan que baje la marea. Quito también los bares que suben el precio de la cerveza y a los vecinos sin ojeras. Y lo peor de todo, no soporto los aparcamientos de ambulancias: no creo que haya nada más triste que ver reducida a una plaza de garaje a la naturaleza de una ambulancia.
Suele ser necesario llegar hasta allí, hasta ese espacio periférico, soez y transatlántico para dejar de pensar que hay un lugar equidistante, a las extremidades, que dirige nuestras vidas. Es fundamental exiliarse de los besos con espinas para encontrar otra patria sin esquinas. Y acabar viviendo, por supuesto, en uno de esos planetas perdidos en los que, si uno quiere perderse, probablemente acabará encontrando un bar.

2 comentaris:

Anònim ha dit...

Todo poeta que se precie escribe desde el exilio.

cap. albargina

Orfeo ha dit...

En el 'exilio' me encuentro, lo de poeta lo dejamos para Gil de Biedma...
Una abraçada, Molins...