Hoy ha dejado de llover. A los tres años de vivir aquí nos dimos cuenta de lo inservible que era el paragüero que teníamos en el minúsculo recibidor... Desde que vinimos de Baracaldo habíamos creído en su incuestionable utilidad: todo ese tiempo. Aunque una terrible sensación de angustia nos decía que aquel objeto no hacía mas que estorbar, habíamos creído durante esos tres años en su eficiencia expresa. Me atrevería a decir que nuestro concepto de unidad familiar pasaba por comer bacalao al pil-pil, migas de pastor, moje de harina de guijas y creer firmemente en que el paragüero de la entrada servía para algo, tal y como lo había sido en la casa anterior.
En esas y otras cosas estábamos cuando vino la vida misma, y nos guió.
La importancia de ser un paraguas
Pronto, en vista de que no podíamos dejar los paraguas porque no llovía nunca, le dimos otras utilidades. Yo no me negué porque siempre he tenido la ilusión de rodearme de cosas que no sirvieran para mucho pero que me hagan cosquillas en el corazón.
Como la entradita era tan pequeña, siempre nos tropezábamos con él, y su sonido metálico nos avisaba de que alguien llegaba, con tanta justicia que dejamos de hacer caso del timbre de la calle; y no considerábamos que alguien había entrado realmente en casa si no se tropezaba con el paragüero antes. Entre los otros usos que le dimos, el de escondite de los miembros de la familia que fumaban tuvo un gran éxito. Ocultar las canicas y alguna otra actividad tan ilícita como estas pasaron más desapercibidas. A última hora, antes de mandarlo al exilio del cuarto trastero, incluso lo utilizábamos para dejar los paraguas que habíamos deportado a las estanterías y a los fondos de los armarios... Y nos dimos cuenta de que no había mejor sitio donde dejarlos aunque ya habíamos decidido que ya no sería el sitio más adecuado.
Con el tiempo, el paragüero acabó en el cuarto trastero y nos olvidamos de los paraguas y de los sitios donde se guardaban. Y olvidamos si la palabra paragüero tenía diéresis o no, porque las cosas importantes, al principio, no tenían nombre y se señalaban con el dedo: fue lo más cerca que nunca he estado de Macondo.
Después del paragüero vinieron otros objetos y les dimos otras utilidades... pero ya sabía que cambiarían de identidad a medida que, geográficamente, fuera pasando el tiempo; y no me preocupaba tanto si lo hacían como el daño que me producirían.
Después vinieron las personas: nunca me acostumbraba a ver en ellas cualquier tipo de utilidad. Cuando vinimos del norte nos fuimos a un piso recogido. Luego, como siempre pasa, las personas y las cosas se dan la mano. Por eso es fantástico darse cuenta de que los objetos sirven para lo que sirven. Lo importante no es el uso que se da de ellos sino el cariño con el que se les abraza en cada momento. Un amor tan fuerte que plagia a los besos brutales que dan los marineros en su día de permiso
2 comentaris:
Me gusta mucho tu forma de escribir. Es cierto que a los objetos podemos llegar a cogerles cariño, puesto que todos tienen su historia y nos traen recuerdos. Un abrazo.
Lo has leído bien...
Lo has vivido igual, claramente...
Un beso.
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