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divendres, de desembre 19, 2008

19 de diciembre de 2008

Sólo un cuento sobre la soledad
Casi todas las cosas que paseamos a diario nos merecen poco respeto: no tratamos con cariño el cepillo de dientes, ni mimamos las llaves del coche, ni rendimos pleitesía al sonido polifónico de nuestro móvil,...En cambio en lo extraordinario, lo puntual, volcamos nuestros sentimientos, lo halagamos y nos rendimos ante su permanente y extrema fuerza.
En este mismo sentido valoramos el momento húmedo del beso, del labio que se mece en la comisura contraria, y no los procesos que nos han llevado a realizar este acto. Tampoco buscamos, al escalar una montaña, el arqueo de las piernas durante el camino sino la fotografía en la cima. También hemos dejado de parar con el coche a observar el milagro de los granos de trigo de Castilla, cuando emprendemos un viaje a Madrid.
Estoy perdiendo mi precisión suiza y ahora me paro constantemente. Ya me atacó un virus parecido (ahora las enfermedades se llaman de esta manera) cuando me interesé por la fotografía porque me dio la posibilidad de verlo todo otra vez más despacio y entenderlo más deprisa. Mi prisa, definitivamente, se ha alquilado un piso a medias en el centro de la ciudad con mi pausa.
Por extraño que les parezca ha sido precisamente por éso que me he dado cuenta de que la ciudad no está tan iluminada como en años anteriores. Y por esa misma razón he vuelto a darme cuenta de que me gusta más así. Desde las ventanas del trabajo ya no rebotan las luces de El Corte Inglés, que años anteriores se morían de ganas por entrar a esa habitación sin ventanas en la que nos convertimos, algunas veces, en navidad.
Yo lo achaco todo a mi alrededor, ese espacio que nos enseña a querernos y nos abofetea en la mejilla del desconsuelo de vez en cuando porque lo necesitamos. Aunque a veces cuente las baldosas que beso con los pies y lea los horóscopos para saber que la gente que está lejos de mí se encuentra bien, lo que está a mi alrededor es lo que realmente me explica. Y éso, no lo olviden, sólo se descubre desde la soledad. Supongo que uno entiende que la necesita cuando se da cuenta de que es capaz de doblar las sábanas de la cama por sí mismo. Y como los límites de mi mundo son primos hermanos de los límites de mi lenguaje, si no lo escribo no soy capaz de doblar las sábanas de una cama solo.
Tal vez y sólo en ése caso, un ataque de soledad, de ésos que te sobrevienen por puras ganas de sentirte acompañado, explica la razón por la que sentirnos tan vivos en ciertos momentos. Y es la misma sensación de curiosidad que me produce el saber si fue sólo una persona la que inventó, en definitiva, la palabra soledad.

1 comentari:

Anònim ha dit...

Las fotos sirven para capturar el tiempo, la soledad te captura a ti, y es entonces cuando le enseñas las fotos.

albargina.