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dimarts, de febrer 20, 2007

19 de enero de 2007

Asuntos de peluquería

Mi peluquero, el Campanario, me corta el pelo, informa y filosofa sobre el mundo a partes iguales. A veces los tres servicios me cuestan ocho euros, otras ni eso. Mientras se pelea con el pelo que todavía lucha contra la alopecia habla de su barça, de la familia y de todo lo demás.
Tiene una foto de colores apagados y sonrisas relucientes: es uno de esos instantes juveniles, en la calle, con un grupo de chavales. Casi todos se abrazan con el alma y se dicen que se quieren a su manera. Al mirar la instantánea recordé que yo tenía una igual a esa, pero en otra calle, abrazado a otros amigos, Por eso me gustan las cosas iguales a las demás: nos hacen diferentes. El caso es que una persona anónima le brindó a él y a los demás, con un golpe de dedo índice, un pedazo de recuerdo que permanece en alguno de los hemisferios de su cerebro. Y ahora que se ha descubierto que el cerebro no trabaja por hemisferios, el recuerdo habrá encontrado otro pisito donde seguir alquilado. Siempre pensé que los recuerdos eran inquilinos morosos, con contrato pero sin visa para pagarlo.
Mientras culebreaba entre el cuello y el flequillo, justo antes de la cuchilla, Edu me preguntó si notaba algo extraño en la fotografía: efectivamente, no había ni un sólo coche en toda la calle. Su teoría al respecto, como casi siempre, no tenía desperdicio. Los males del siglo XXI estaban alimentados por el tráfico rodado. Me apunté la idea en la agenda para, como siempre, desarrollarla por otros derroteros. Y es que la invasión de vehículos en nuestra parcela de existencia se parece a la del cangrejo ermitaño; los coches utilizan nuestras casas para pasearse sin pensar en los demás, protegidos por nuestra propia coraza. Nosotros creamos sus normas de uso y ahora son ellos los que deciden si seguimos vivos o no.
Mientras me sigue cortando el pelo le da vueltas al sillón y a la vida. Siempre le escucho porque sólo oír me parece demasiado poco desesperado. Y reconozco que no me gusta que me cuente tantas cosas de su vida porque me suele dar la impresión de que está narrando la mía.
Si después de cortarte el pelo esperas unos minutos, seguro que llega cualquier friki del barrio a cantar o a discutir sobre cualquier asunto que no tenga la más mínima importancia.
Me fascinan muchas cosas de aquellos 27 m2, pero lo más espectacular es siempre el final. Después de rasurarte la cabeza y quitarte un poquito de orgullo te pasa por detrás un espejo con un marco de madera. Supongo que es para que te veas la nuca y el corazón, que a veces está por allí también. Es el clímax observarse por detrás, donde acaba la obra de arte y empieza la vida, donde todo empieza.