Fahrenheit 451
ELLA era un ser hermoso, dulce, con cierto atractivo para aquellos a los que el atractivo era lo más parecido a escupir a la cara a Praxíteles. Se podría decir que era un animal de ciudad, parida entre píxeles, concebida de noche, sobre la luz de la ciudad; cuando nació, había en la casa cuatrocientos cincuenta y un aparatos electrónicos amamantados a la red de la casa.
Pasó sus primeros días en la ciudad conectada vitalmente a la red eléctrica del hogar; en esos momentos iniciales escuchó y vio imágenes en la televisión puesto que sus padres se quedaron mudos en cuanto ella nació y decidieron trabajar fuera de casa, durante todo lo que les quedaba de vida.
Ya de mayor, ELLA recordaba perfectamente que nunca había llorado, puesto que siempre y todo la protegía de cualquier inclemencia. De hecho, conoció los fenómenos atmosféricos de manera totalmente audiovisual: la lluvia, cuando vio a Jack Lemmon esperando a que su jefe dejara El apartamento. Las salvajes tormentas sobre el mar, en Posada Jamaica, y entendió también, con este film, el odio y el desamor. También asumió el olor de la hierba en Vacas, y comprendió los ciclos del sol y de la vida observando Los amantes del círculo polar. Después de todo esto, incluso llegó a pensar que ELLA era un ser atmosférico pero audiovisual.
Luego aprendió a ser mujer viendo Caramel, el valor de los valores en El abrazo partido y entendió definitivamente la muerte observando, una y otra vez, Cerezos en flor.
ÉL era un ser hermoso, dulce, con cierto atractivo para aquellos a los que el atractivo era lo más parecido a invitar a una cerveza a Praxíteles. Había nacido abrazado a las tetas de su madre, chupando sus pezones, alimetándose sólo de ella. Si se pudiera calcular cómo acometía su cuerpo con la boca, lo más seguro es que mamara de las ubres de su madre cuatrocientas cincuenta y una veces todos los días.
Sus primeros días en el valle los dedicó a formar parte de los fenómenos atmosféricos: a destrozarse las rodillas por los riscos, a dejar que el sol le quemara la piel. De hecho, casi nunca se planteaba dónde ir: simplemente 'cometeaba' por las laderas. Cada vez que se planteaba si había llegado a algún sitio, si iba a alguna parte, si era más que ayer, si había aprendido algo... acababa achacándolo al último parte metereológico de su padre: "eso será que ayer hizo mucho sol".
Luego aprendió a ser hombre el día que degolló su primer cordero y arrancó de cuajo medio bancal del huerto. Ponía su oreja cerca del corazón del animal, mientras le clavaba la navaja en la garganta. Rastreaba con la nariz la tierra mientras agarraba las hortalizas con la mano dura, erecta, matinal.
Un día, apareció Truffaut por la tele, y ELLA vio cómo una pila de libros se quemaba, a 451 grados. El papel se acababa, el formato no interesaba, alguien memorizaba cosas que pasaban en los libros.
Un día apareció por la carretera la biblioteca ambulante de la federación y ÉL subió porque iba persiguiendo, desde los últimos collados del pueblo, el olor del papel amontonado. Al subir al vehículo, le dieron una novela de un tal Ray Bradbury donde un grupo de gente memorizaba las cosas para transmitirlas de unos a otros. Cogió el libro: los vecinos decían que pasaba las páginas de la misma manera que acariciaba el lomo de los animales.
ELLA y ÉL sólo se vieron una vez en la vida. ÉL arrastraba su bastón por la avenida preñada de coches. ELLA venía en metro. Aunque parecía que no tenían nada que ver el uno con el otro, cada vez coincidían más en el espacio y en el tiempo. Les dejaron avanzar en la cola del cine de reestreno, por cortesía. Cuando se juntaron, se dedicaron un tremendo beso con los ojos, ¿usted por qué viene a ver Cinema Paradiso? -le dijo ELLA- Porque el futuro se pinta con el corazón -contestó ÉL- Y se cogieron de la mano; y no se cayeron nunca más.