Viajar en invierno
Había acabado exiliado en esa casa por una herencia lejana: él siempre había sido muy lejano así que no le sorprendió lo más mínimo el hecho de que un juez que noconocía de nada acabara ofreciéndole agua, luz, unos metros cuadrados y varios impuestos urbanísticos. De hecho, aceptó dejar la habitación en la que vivía hasta ese momento porque había conseguido llenarla de una profunda sensación de soledad, tan intensa que se habían pintado las paredes de tristeza. No cogió nada en el traslado porque ya no le quedaba nada que coger.
Al llegar a la casa se dio cuenta de que se había proyectado para que nada ni nadiep udiera interferir en ella; para que ninguna pared besara las paredes de la vivienda, para que nadie viera qué había dentro de ella, para que la persona que viviera dentro, no pudiera tener contacto visual con nadie de fuera. Y aunque fuera la urbe latía y los edificios se mordían y los comerciantes chillaban, desde dentro no se podía ver nada de todo esto, ni se percibía.
Pero él había sido muy lejano siempre y decidió viajar hacia el grupo de casas que lo rodeaban, en busca de generar su propia vecindad.
La primera persona con la que se topó fue la dueña del quiosco: en cuanto se miraron, ella ya sabía que él se moría de ganas de ser su vecino. "Yo perdí el tren de leer, por eso monté el quiosco. Ahora me dedico a coger trenes de cercanías para vivir", le dijo la chica de pelo negro. Él le compró la prensa anual y le dijo que así dejaba de tener importancia el día a día (ya sabíamos que era muy lejano).
La segunda persona con la que se topó vendía billetes en la estación. Siempre se sabe cuándo estás delante de la persona que va a hacerte el ser más feliz del planeta. Por eso se acercó a la ventanilla y le pidió un billete, sólo de ida, a la última estación (sí, hemos quedado que era lejano). Y mientras se oía el crepitar de la máquina expendedora, él le dijo en voz baja, "subirme a ti es bajar en varias estaciones antes de lo que tenía previsto, pero me da la sensación de que llegaré mucho más allá de lo que nunca hubiera soñado."
Empezó a llover... Y él no quiso buscar más vecinos, "me conformo conacostumbrarme a tus aeropuertos", le dijo a la dueña del quiosco. Ella le dio el sí con una sonrisa en los labios y más de media vida por delante con él. Y seguía lloviendo, y escondieron los recuerdos mojados en el fondo del paragüero y viajando se alejaron de todas las rutinas posibles y se exiliaron, el uno con el otro, del resto del planeta.