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dijous, de desembre 26, 2013

27 de diciembre de 2013

Pedro Navarro y la banda

Cuando rompe la mañana, la banda va lamiéndose las heridas y va llegando, a pedazos, hasta el lugar del ensayo: cada uno con su propio miedo a la luz, desquiciando a los relojes, exhibiendo sus tremendas primaveras musicales en medio del inicio del invierno. Todos llegan a recomponer sus puzles, con fundas en las que encajan perfectamente sus instrumentos, porque realmente ellos son, ahora, piel a punto de supurar compás. Todos se saludan como si se conocieran de algo más que de conocerse, a lomos de sus instrumentos, con el tempo claro y un metrónomo dentro del corazón. Cuando rompe la mañana, el aire se soniquetea y todos se abrazan a las puertas del punto de encuentro, van olvidando sus rutinas individuales y se zambullen en las del colectivo. Se puede observar perfectamente cómo cada uno de los miembros del grupo se va olvidando un poco de todo lo que había pasado en su mundo particular para ejecutar un macabro y magnífico plan mucho más vital y necesario, entre todos.
Tal y cómo han ido llegando y cómo han ido asociándose unos a otros, parece que se estaban esperando desde siempre, como lo hacen los tiburones sobre la superficie del mar: con el estómago vacío, el corazón latiendo, flotando, por puro instinto.
El lugar donde han quedado es una escuela de danza, abandonada, porque hay ciertos edificios que sólo tienen sentido con sus inquilinos dentro; y si no es así, parece que estén completamente abandonados. Eso mismo también les pasa a las personas, que sólo se sienten así cuando llevan a alguien adentro, y si no, parece que están en ruinas. La banda elige una habitación con pianos y moquetas, por la que el sol entra sin preguntar, como un amante en celo. Empiezan a despellejarse, sacando de las fundas sus razones de ser. No hay tiempo para mucho más.
Ese sitio, en el que  han quedado, es el lugar  perfecto donde pensar a cualquiera, entre jaleos por bulerías, acordonado por los Barrios de Acción Preferente, con olor a olla de cocido y a humo, y a holguras en el corazón. Se han citado porque no les parecen excesivos sus inicios y porque retoman sus falsetas justo en el momento en el que, alguna vez, las habían dejado.
Y la banda se pone en marcha, sin «peros». Si Ñoño y Luís se miran a las manos, aunque sea aporreando una mesa de escuela, todo empieza. Josué no tiene más remedio que invertir el tiempo en contarlo y pasar el tiempo pasándolo bien. David, con una guitarra en cada mano, se dedica a traducir de 'palos' a teclas; mientras Alex intenta juntar el cielo y la tierra... Y Jose se deja la garganta y Ana los tacones sobre la moqueta. Y Pedro descubre que es allí donde quiere estar; y no queda muy claro si él encontró a la banda o si ha sido todo lo contrario. Mucha mierda.