De izquierda a derecha
No se giró hacia la derecha pero ahí estaba ella. No le hacía falta saber que estaba allí porque olía su perfume cinco segundos antes de que sonaran las patas metálicas del taburete, mientras se sentaba, dulcemente. Cuando entraba era como un golpe de aire fresco. Se dejaba caer sobre la barra y, minuciosamente, besaba el gin-tonic en la boca. Era el momento que aprovechaba para girarse, este vez sí, hacia la derecha. Tenía dos segundos antes de que el cubata se desmayara de placer; sin lugar a dudas era el animal más bello en zonas azules a la redonda.
Iba hasta allí sólo por probabilidad: le encantaba que todo fuera siempre igual y disfrutaba comprobándolo al caer el sol. Se estremecía con la frecuencia de sus gins, exacta y tierna . También con los primeros dos botones de cualquiera de sus blusas, perpetuamente desabrochados. Incluso la distancia entre su sombra y la puerta, preciosa.
Curiosamente ya no tenía más oportunidades de girarse en toda la noche, puesto que ella practicaba una cierta tendencia a dejarse caer, sobre la barra, hacia él, pero sin mirarlo. Aún así, él percibía que ella parecía levitar porque aunque estaba sentada, no movía ninguna parte de su cuerpo y no se oía el crujir de las patas de los taburetes, en ningún momento. Finalmente ella se levantaba, mirando si las gafas tenían un poco de polvo (éso lo imaginaba porque la oía soplar y conocía todos sus sonidos, perfectamente) Con un golpe de cremallera de bolso le avisó de su partida: mientras se alejaba del taburete, le dedicó un concierto acústico con los tacones que acunaban sus noches, interminablemente.
No se giró hacia la derecha pero ahí estaba ella. No le hacía falta saber que estaba allí porque olía su perfume cinco segundos antes de que sonaran las patas metálicas del taburete, mientras se sentaba, dulcemente. Cuando entraba era como un golpe de aire fresco. Se dejaba caer sobre la barra y, minuciosamente, besaba el gin-tonic en la boca. Era el momento que aprovechaba para girarse, este vez sí, hacia la derecha. Tenía dos segundos antes de que el cubata se desmayara de placer; sin lugar a dudas era el animal más bello en zonas azules a la redonda.
Iba hasta allí sólo por probabilidad: le encantaba que todo fuera siempre igual y disfrutaba comprobándolo al caer el sol. Se estremecía con la frecuencia de sus gins, exacta y tierna . También con los primeros dos botones de cualquiera de sus blusas, perpetuamente desabrochados. Incluso la distancia entre su sombra y la puerta, preciosa.
Curiosamente ya no tenía más oportunidades de girarse en toda la noche, puesto que ella practicaba una cierta tendencia a dejarse caer, sobre la barra, hacia él, pero sin mirarlo. Aún así, él percibía que ella parecía levitar porque aunque estaba sentada, no movía ninguna parte de su cuerpo y no se oía el crujir de las patas de los taburetes, en ningún momento. Finalmente ella se levantaba, mirando si las gafas tenían un poco de polvo (éso lo imaginaba porque la oía soplar y conocía todos sus sonidos, perfectamente) Con un golpe de cremallera de bolso le avisó de su partida: mientras se alejaba del taburete, le dedicó un concierto acústico con los tacones que acunaban sus noches, interminablemente.
No se giró a la izquierda, pero allí estaba él. No le hacía falta saber que estaba allí porque se sentía tan sola que la propia probabilidad no podía ser tan cruel con ella. Cuando se preparaba para salir de casa, lo hacía calculando los gustos de él, de manera completamente paranormal. Se ponía una blusa y se desabrochaba los dos primeros botones porque creía que a él le gustaría. Después, se perfumaba de tal manera que se le podría oír llegar a cualquier sitio, al menos, cinco segundos antes de sentarse. Por último pediría un gin-tonic. Básicamente necesitaba sentirse acompañada pero no quería nada más. Por lo tanto no le debía dar ninguna oportunidad para girarse (o sólo una, y así que viera los besos que le quedaban por dar, mientras bebía el primer sorbo de su cubata) Era feliz a su lado, en la hipotenusa que trazaba la barra con la puerta. Era, probablemente, la dama más feliz en muchas zonas azules a la redonda. Cuando la noche se moría, soplaba por encima de las gafas, tiernamente, y cerraba el bolso,...Se levantaba del taburete y caminaba, mientras su culo besaba el suelo con los tacones, hasta el punto que creía que así sonaba una bella melodía de desencuentro, para él.