Marnei la ladrona
Deshacer es siempre más fácil que hacer todo lo contrario. Así leí, entre tercio y tercio, que unos ladrones habían robado en una sola noche unas placas solares que habían sido colocadas en dos semanas. A mí el hecho me recordó el poco tiempo que tardé en desmontar el proyecto de persona que soy, comparado con el que habían dedicado mis padres a construir otra cosa que resultó ser curiosamente similar.
En la superficie me pareció que aquellos ladrones ponían en evidencia (que es su cometido) el trabajo de los montadores de placas, pero en el fondo creo que la reflexión pasa por pensar en lo efímeras que pueden llegar a ser las cosas, sobre todo las solares.
Al siguiente tercio del periódico (y de la cuenta del bar) salió a relucir el robo de diez jilgueros (creo que es la primera vez que escribo esta palabra, y me parece preciosa) y pensé que hay desfalcos que dejan en evidencia a los demás, y otros que nacen de las contradicciones ajenas: robar a seres a los que se les ha encarcelado la voz, me parece atroz.
A menudo nos arrebatan el alma para ponerla en otro sitio mucho más carcelario que el original. Pasa en la adolescencia, con la absorción de las penas ajenas y en el amor. Si miro al horizonte y veo rejas transparentes me pongo nervioso. La inmadurez no me deja vivir tranquilo porque nunca residí en ésto de la vida de forma ordenada, y ahora llego tarde a la cita con la pausa. Y nos acostumbramos tanto a que nos roben que necesitamos a esos ladrones de jilgueros para volar bien alto y cantar.
Parece evidente que la crónica de la humanidad la han escrito sus hurtos. A veces lo pienso y, como si hubiera decidido ser ladrón de profesión lo sería de guante blanco, me parece un poco ético.
Por éso me gusta Marnei la ladrona: roba desde el cariño y, al irse con todo, te deja absolutamente vacío de rabia. Me vino a la mente después de pensar en que, tal vez, los ladrones de placas solares deberían dedicarse a montarlas; pero en el orden de las cosas están los elementos que las destruyen, y ésto mismo me volvió a parecer, por segunda vez, un poco ético.
Ayer presencié un último saqueo semanal: el cielo le robó el azul al mar, y se vistió de añil celeste para bailar en la boda de los locos que se parecen a los cuerdos, pero sin atar. Ya era hora de que el firmamento me dedicara un beso, porque hace años que no hago otra cosa que mirarlo...
En todo caso yo prefiero que se queden en sus casas, robándole el alma a sus amigos, familia o pareja. Que mañana todos iremos a la cárcel acusados de padecer un extraño ataque de cordura que nos volverá los locos más cuerdos del mundo.