El ser humano es un individuo fascinante porque fabrica, entre él y el futuro que lo ha parido, una distancia tan grande como la que se produce entre tu espalda y mi espalda, a veces, en la cama, en una noche fría de invierno. Suelen ser personas que se sienten como dentro de un tren de alta velocidad y que no diferencian el puedo del quiero, de madrugada.
En todas las demás culturas, donde no se sienten tan avanzados, todavía florecen los pueblos al abrigo del ferrocarril: las tiendas, los barrios, las casas revientan como cárdenos capullos, latiendo con el ruido de los raíles. Para ello el tren tiene que ir despacio, acústica, social y económicamente hablando. Y sus usuarios, sentados, expectantes, intranquilos en sus asientos pero cómodos con el precio del trayecto, porque van a trabajar, a venderse, y a nadie le gusta que ese negocio les cueste más dinero de lo habitual.
Y es en esos países cuando en los vagones la gente vende chocolatinas, termómetros o infecciones de sida: todo tiene un precio relativo al ladito del río de la plata. Y darle la espalda al futuro, cuando supuestamente te lo tiene que ir dando todo, es de países demasiado civilizados.
Mientras el gusano de hierro recoge pasajeros y vendedores ambulantes a partes iguales, yo miro por la ventana a los niños descalzos con pasados remotos, disfrutando con los caramelos, sumidos en un fuerte olor a mate. Justo enfrente de mí, una peruana le da de merendar a su hijo una chocolatina mientras el tren de la costa sigue su tortuoso camino de Retiro a Tigre.
El camino, como la ciudad, tiene el suelo picado de viruela, es el adolescente de la cara reventada por el taconeo del argentino desesperado. Yo creo que fue en este tren donde debió comenzar la conquista del espacio porque nunca encontré un lugar más lunático y más alejado de nuestro planeta que este vagón.
A la vuelta me cercioro de que su futuro está en buenas manos y me acerco al cementerio de Recoleta. Definitivamente las ciudades las fotografían sus muertos y creo que los cementerios deberían sustituir a los Centros de Información Turística. Basta con perseguir a tu sombra por los panteones para entender lo que les pasará en unos años. Es hermosa la muerte custodiada por estatuas, cuervos y rugir de colectivos.
Por éso, en esta ciudad, nadie quiere dormir y lo mejor es perderse en Corrientes, dentro de algún libro de Roberto Arlt, « ¿En qué se diferencia la relación del dueño del prostíbulo y sus trabajadoras con el empresario y sus asalariados? El capitalismo se mece en la cuna de la vergüenza más absoluta» El futuro se escribió a principios del siglo veinte: por éso el ser humano es un individuo fascinante. Efectivamente, Buenos Aires es como contabas.