Total de visualitzacions de pàgina:

dimecres, d’agost 05, 2009

17 de junio de 2009

Tren hacia el Río de la Plata


El ser humano es un individuo fascinante porque fabrica, entre él y el futuro que lo ha parido, una distancia tan grande como la que se produce entre tu espalda y mi espalda, a veces, en la cama, en una noche fría de invierno. Suelen ser personas que se sienten como dentro de un tren de alta velocidad y que no diferencian el puedo del quiero, de madrugada.

En todas las demás culturas, donde no se sienten tan avanzados, todavía florecen los pueblos al abrigo del ferrocarril: las tiendas, los barrios, las casas revientan como cárdenos capullos, latiendo con el ruido de los raíles. Para ello el tren tiene que ir despacio, acústica, social y económicamente hablando. Y sus usuarios, sentados, expectantes, intranquilos en sus asientos pero cómodos con el precio del trayecto, porque van a trabajar, a venderse, y a nadie le gusta que ese negocio les cueste más dinero de lo habitual.

Y es en esos países cuando en los vagones la gente vende chocolatinas, termómetros o infecciones de sida: todo tiene un precio relativo al ladito del río de la plata. Y darle la espalda al futuro, cuando supuestamente te lo tiene que ir dando todo, es de países demasiado civilizados.

Mientras el gusano de hierro recoge pasajeros y vendedores ambulantes a partes iguales, yo miro por la ventana a los niños descalzos con pasados remotos, disfrutando con los caramelos, sumidos en un fuerte olor a mate. Justo enfrente de mí, una peruana le da de merendar a su hijo una chocolatina mientras el tren de la costa sigue su tortuoso camino de Retiro a Tigre.

El camino, como la ciudad, tiene el suelo picado de viruela, es el adolescente de la cara reventada por el taconeo del argentino desesperado. Yo creo que fue en este tren donde debió comenzar la conquista del espacio porque nunca encontré un lugar más lunático y más alejado de nuestro planeta que este vagón.

A la vuelta me cercioro de que su futuro está en buenas manos y me acerco al cementerio de Recoleta. Definitivamente las ciudades las fotografían sus muertos y creo que los cementerios deberían sustituir a los Centros de Información Turística. Basta con perseguir a tu sombra por los panteones para entender lo que les pasará en unos años. Es hermosa la muerte custodiada por estatuas, cuervos y rugir de colectivos.

Por éso, en esta ciudad, nadie quiere dormir y lo mejor es perderse en Corrientes, dentro de algún libro de Roberto Arlt, « ¿En qué se diferencia la relación del dueño del prostíbulo y sus trabajadoras con el empresario y sus asalariados? El capitalismo se mece en la cuna de la vergüenza más absoluta» El futuro se escribió a principios del siglo veinte: por éso el ser humano es un individuo fascinante. Efectivamente, Buenos Aires es como contabas.

20 de mayo de 2009

Palabra en servilleta de bar

En algún momento de no sé qué noche escribí en un trozo de servilleta de bar de carretera que los seres humanos que no deshojan las margaritas no recibirán coronas de flores el día de su sepelio. A veces me asusta lo que escribo y no hay semana que no vacíe el morral que llevo perpetuamente de papeles, por si acaso se le ocurre regresar a esa persona que soy con un bolígrafo en la mano.

Lo mejor de todo es que si juntas las cosas que apunto día sí, día no, sale la mayoría de las veces un texto completo (sin sentido pero con una extraña forma de texto que resulta altamente paranormal) A mí ya me parece algo más o menos normal porque no lo pienso. Mi normalidad suele ser directamente proporcional a mi ignorancia.

Quizá por eso algunos amigos dicen que no entienden lo que escribo, que les parece deslavazado, sin atar, menguante, despreocupado y con un cierto aire de texto inservible que no pueden dejar de leer. Yo lo he atribuido siempre a que me intereso, como un perro, por lo que puedo oler a ras de suelo. Y miro desde abajo, moviendo la cola de lado a lado de la calzada.

Es cierto que escribir sobre lo que se escribe no está de moda, es un color del arco iris que ya no se lleva ni en el mango de los paraguas, pero hace pensar en aquello de que sabe más el tonto en su casa que el sabio en casa del tonto. Y en ese sentido creo saber más que los demás del origen de los textos que escribo: todos salen del fondo del morral.

Y en ese fondo es donde aparecieron hace unos días unas palabras arrolladoras. Sabía que no eran mías porque tenían sentido por sí solas y no dependían de otros trozos de servilleta de bar de carretera que las convirtiera en texto completo: “te dejo frente al mar/ descifrándote sola/ sin mi pregunta/ sin mi respuesta rota”

Ayer, ese trozo de servilleta que creía completo se apuntó a la moda de las servilletas de bar de carretera de mi morral. En página impar se veía en el periódico la cara que algún día tendrá la poesía si se somete a una operación quirúrgica: nos había dejado solos Benedetti, el poeta de los sueños locos.

Quiero que nunca más me de miedo a meter la mano en el morral, sacar un papel y leer lo que alguna noche en algún lugar escribí. Sueño deshojar una y mil margaritas para no tener que recibir coronas de flores en mi funeral. Y quiero, alguna vez, llegar a vender palomitas de maíz en los cines en busca de aquello de que la felicidad es la antesala de lo que uno debería considerar que es su propia felicidad. Mientras tanto, me quedo por aquí, “estaré donde menos/ lo esperes/ por ejemplo/ en un árbol añoso/ de oscuros cabeceos”