Los comensales se van desnudando
Mientras la mesa se iba desnudando con la ayuda de los camareros, los comensales iban vistiéndola al abrigo de los licores. Ya me siento completamente incapaz de pasar por alto una conversación a la que no he sido invitado pero a la que por obligación filológica me siento en el compromiso de participar.
Lo primero es intentar contextualizar a los participantes: se trataba de un grupo relativamente heterogéneo comandado por dos cabecillas estratégicamente sentados. Lo segundo, el tema: la persona que estaba más alejada de mí fue la que me dio la pista más cercana, «aquí de caballos no se habla pero nos entendemos con el lenguaje de los caballos» - comentaba la persona en cuestión. Esperé pacientemente que se pusieran a relinchar y que se fueran cagando por el restaurante hasta dejarlo como las calles en Semana Santa, pero de haber sido así no hubiera tenido material para el artículo.
Cuanto más se reían ellos menos lo hacía yo y viceversa, puesto que ni yo entendía las gracias que se iban realizando sobre el mundo ecuestre ni ellos se daban cuenta de lo divertidas que resultaban algunas de sus estructuras sintácticas.
Algunos ya estaban con el faria en la boca, con la droga de la soledad, ésa que te abraza la tráquea. Otros volvieron al champán. Yo seguía escuchando pacientemente. Se deduce que alguno de ellos eran profesores de equitación porque apunté en la retina la siguiente afirmación, «tú eres muy diplomático porque sólo le das clases a tu novia». Y ya saben que cuando sale el tema de los sexos, las conversaciones se tornan surrealistas, «Tengo sueños ansiosos en los que aparece un picadero hinchable» (léase el vocablo picadero con su acepción coloquial) -asintió otro comensal.
Y un frente nuboso, formado por el humo del tabaco y el alcohol, comenzaba a sobrevolar la mesa en la que el tema principal se retomó con absoluta tranquilidad, «Éste deporte sólo tiene dos secretos: llegar bien y tener un avión entre las piernas» Entiendo que hablaban de ganar algún campeonato de saltos,...o no. Lo cierto es que me pedí otra cerveza, aunque hacía mucho tiempo que había pagado la cuenta; ustedes comprenderán que la ocasión lo merecía.
Me harían falta diez columnas como ésta para describir el cinco por ciento de lo que allí se dijo. Y otras diez para intentar explicar lo siguiente que escuché, «hacer el amor con una arquitecta es derrumbarse ante el polígrafo con patas que es tu futura mujer»
Mientras la mesa se iba vistiendo para la próxima gala, los comensales iban desnudándose cada vez más, y todo el mundo acabó, para mí, en calzoncillos en medio del bar.