El próximo éxito editorial
Creo que acepté aquel trabajo de montador de electrodomésticos a domicilio porque no podía deshacerme de mi condición de «Voyeur Social». Subía las lavadoras y los frigoríficos con la curiosidad del comedor de Frigodedo de antaño, la del niño que quería encontrar en el palo del helado en forma de indecente dedo la oportunidad de comerse otro polo. Aquel trabajo de instalador daba para una tesis pero luego vino Calderón de la Barca y lo estropeó todo.
Aún así, yo me ilusionaba con aquel ritual de instalar aparatos eléctricos porque luego observaba hasta generar mi propia teoría sobre la familia en cuestión. Llegué a escribir algo al respecto en alguna agenda. Era un estrambótico planteamiento en el cual, a modo de psicólogo urbanita, hacía una correlación entre el tipo de electrodomésticos que tenían los inquilinos y su personalidad real o imaginaria.
El texto en cuestión será un bombazo editorial en su día – ustedes son testigos– pero por ahora me lo guardo, igual que se guarda en el cajón de los calcetines el pétalo de rosa que alguna vez te regaló el que pensaste era el amor de tu vida (lo que uno acaba guardándose en el cajón de los calcetines lo dejo para otro artículo. Un anticipo: ¿ustedes también siguen el orden lógico en los cajones de la cómoda: calcetines blancos - calcetines de color - ropa interior?)
A lo que íbamos. Que hace poco descubrí en un amigo que mi condición de «Voyeur Social» la compartía con alguien. La persona en cuestión decía que cuando visitaba la casa de una persona del sexo opuesto para unos fines muy concretos se fijaba en la estructura (si le gustaba para tener hijos) o en la decoración (si sólo quería un sitio para pasar la noche). Es más, esta persona llegó a plantearme que no compraba revistas de interiorismo porque prefería visitar las casas, a hurtadillas, para fijarse después en la decoración y reconstruir su lugar ideal en el mundo sin gastarse un sólo euro.
A mí las declaraciones me parecieron curiosas, preciosas y sinceras a partes iguales y me recordó mi curiosa, preciosa y sincera curiosidad de hace no mucho en la que creía que podía montar toda una teoría psicológica familiar sólo por el mero hecho de haber comprado según qué tipo de electrodomésticos (ustedes, ya se lo comentaba antes, serán testigos de mi futuro éxito editorial)
Y lo más espectacular es recordar aquel día en que un matrimonio que se quería compró un video. Y cómo se miraba, y cómo se comían a caricias, y cómo fui incapaz de teorizar sobre por qué dos personas que se amaban, compraban un electrodoméstico a medias