El escritor joven
Borges, medio ciego de ojos que no de pluma, dijo hace algunos años en televisión que el escritor joven, en su inmadurez, necesitaba utilizar palabras inusuales para sentirse más seguro de sí mismo. Por lo tanto defendía el uso directo, invasivo y necesario del vocabulario que utilizan las personas cuando van a comprar el pan. Además defendía a capa y espada la necesidad de querernos tanto como fuera necesario porque ésa era la única manera de empezar a amar a los demás. Yo necesitaba oír algo así porque dejé de apasionarme por los demás hace algún tiempo y, aunque se trate de una circunstancia pasajera, me preocupa desde la humildad.
Así que seguí escuchando la entrevista mas que para reconocer todo lo que nunca hasta ahora había oído para empezar a escuchar las cosas que me hacen reconocerme todas las mañanas frente al espejo. Y fue entonces cuando me di cuenta de que Borges estaba ciego y que hablaba desde la sabiduría. Y a mí me interesó quedarme ciego como él, durante un instante; lo justo como para escucharlo todo mejor sin necesidad de verlo tan claro.
Creo que ésa fue la razón por la que he escapado al sur de Francia (o al “muy norte” de España para algunos) y he dejado que las vacas y los crepes hagan el resto. Y el resto está dando cero, y yo me estoy quedado satisfecho de la división porque cuando eras pequeño, si el resto de una división daba cero, te subía un cosquilleo por la espalda que quiero recuperar.
Volviendo al uso correcto del lenguaje, a mí el vocablo Borges siempre me ha traído a la mente las palabras ciruela y navidad, y eso para un filólogo es muy grave. Pero como cada vez me interesa menos lo que la gente diga de mí, pues así se queda la cosa, que en mi subconsciente la palabra Borges seguirá asociada a los campos semánticos navidad, palitos de mar y gambas cocidas. De esta forma mato dos pájaros de un tiro: no me traumatizo y le hago caso al maestro, puesto que cotidianizo el lenguaje.
Ya he encontrado las razones por las que estoy al sur de Francia (léase la muletilla en las líneas de arriba) y luego creo que iré a México (no sé si al norte o al sur, me da pereza mirar los mapas), a ver si vuelvo a recuperar la vista y logro verlo todo más claro,…más o menos como cuando tenía 9 años y creía que el mundo era maravilloso porque mi edad coincidía con el número de la camiseta que llevaba en el equipo de fútbol. Gracias por no entender nada: yo no lo hubiera explicado peor, ¿o es que soy un escritor joven?