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dimarts, de febrer 28, 2017

Comprar en tus supermercados

Escuchaba la radio porque le parecía la manera más romántica de morir cada tarde de abril pero, sobre todo, porque lo había oido en la televisión. Sintonizaba las frecuencias por error, como por casualidad: amar le había dado, exactamente, el mismo resultado. No encontraba consuelo radiofónico a sus dolores de corazón, ni a sus anginas de despecho. Se prostituía por el dial con ropa interior de precio de saldo sin cofradías. Había dejado de visitar la pantalla táctil de su coche donde ya nadie hacía caso a los noventa y seis punto dos de sus mañanas.
Y así, con esas ganas de escuchar al mundo exterior, decidió amortajarse con la compra del hipermercado.
Esperó pacientemente a su vecina, esa que cuando se marchaba de viaje se llevaba todas las nubes, todos los besos, todas las cuerdas para tender.
Y cuando volvió de viaje, se pidieron un taxi al cielo de sus hipermercados  
Lo primero que hicieron fue ir a la zona de jardinería a besar a todos los crisantemos que estuvieran en edad de merecer. Cuando recorrían los pasillos de la carne (o los productos de limpieza) les daba la sensación de que tenían que decidir su orientación sexual, su marca de colonia y otras sandeces administrativas. 
A él le pareció oportuno acompañar a su vecina del seis noveno, y no sólo acompañarla: también decidió amarla por la zona de productos de limpieza general.
Tanto a él como a ella les resultó bastante cotidiana la situación y empezaron a rescindir los contratos de los agujeros de sus cinturones. Empezaron a pasearse como acompañándose por los pasillos y por las sonrisas de gama blanca. A veces se paraban en alguna oferta de folleto. Otras veces derrochaban dinero en latas de mejillones gallegos o de otros puertos pesqueros manchegos. Unos vecinos de ella la acusaron de pasar por la zona de electrodomésticos caros. Ellos siguieron acompañándose por los pasillos y se dijeron que sí al lado de los artículos de cuartos de baño.
Sin darse cuenta de que se estaban acabando los pasillos discutieron por primera vez: ella le dijo que el hipermercado le había dado la posibilidad de poder comprar todos los olores de su pueblo. Él le dijo que nunca le interesaron los tangos sin tacón ni humo de cigarro ni marcapasos sin su corazón.